Se necesitan años para valorar algunos cambios en la ciudad, sujetos siempre a controversias y a las filias y las fobias de unos y otros ciudadanos. Ocurrió con el Peine del Viento de Chillida, por ejemplo, y ocurre ahora con las obras de la isla Santa Clara, donde varios elementos concretos producen encontronazos: el presupuesto de la instalación de la escultora Cristina Iglesias, las consecuencias ambientales, la complicada accesibilidad y la posible conversión en turístico de un enclave hasta ahora sólo para los donostiarras…
Desde el punto de vista ambiental es Parkea Bizirik la entidad que lleva la voz cantante. Joseba Gurutz de Vicente hace un repaso para DonostiTik de lo que considera mayores puntos negros de este proyecto partiendo de que «la entrada a la zona de obras está cerrada por seguridad, se supone, y eso impide ver bien los movimientos de tierra, las talas y los desbroces».
Los árboles: El árbol talado de la fotografía es un laurel (laurus nobilis) común en la zona que da protección a la fauna silvestre porque genera semillas y contribuye a que la tierra no se erosione. Pero además y siempre según De Vicente también se han talado fresnos, arces y falsas acacias para la introducción de la escultura.
La vegetación: «En la isla hay dos especies de plantas protegidas, armeria euscadiensis y frankenia laevis. Al pasar la máquina de la hierba estamos dejando sólo el césped», denuncia De Viente, quien añade que con ello se artificializa el entorno perdiendo su personalidad y dejando una imagen para todos los públicos.
Toneladas de tierra: Parkeak Bizirik denuncia que para ejecutar la obra e introducir la vasija han tenido que sacar toneladas y toneladas de tierra que los responsables de la obra han decidido dejar ahí mismo, en la ladera superior de la Isla Santa Clara. «Precisamente Donde cría buena parte de las aves marinas».
Y una última denuncia, la relativa a las medidas del Covid-19: «No hay un sistema de control de aforos en la isla y el Ayuntamiento pidió a la empresa que traslada a los visitantes que frene cuando considere que ya hay bastantes. Nos consta que el domingo a las 15.30 horas las motoras habían llevado al menos a 470 personas y siguieron haciéndolo por la tarde. Y con tanta zona cerrada hay poco margen para moverse por la isla, así que resulta imposible cumplir con las distancias. Y el Ayuntamiento no impone normativas».
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