Decía la carismática actriz May West (1893-1980) aquello de “cuando soy buena, soy muy buena; pero cuando soy mala, soy mejor”, una frase que parece escrita a la medida de la actriz Rosamund Pike. Si en ‘Perdida’ (2014), de David Fincher, ya demostró que podía ser una peligrosa y descontrolada arpía, en ‘I care a lot’ no sólo lo ratifica, sino que eleva la maldad cinematográfica a la categoría de arte (la intérprete obtuvo este año una nominación a los Globos de Oro por este papel) con un trabajo que es, realmente, el sostén de toda esta película dirigida y escrita por J. Blakeson.
“Antes yo era cómo tú. Creía que si me esforzaba tendría éxito y sería feliz… pero no”, declara su personaje, Marla Grayson, al inicio del filme. “En el mundo hay dos clases de personas: las que cogen y las que quitan; los depredadores y las presas…”, añade. Por si quedaban dudas se presenta ante los espectadores justo antes de que arranque la acción como una “leona” que caza sin piedad. ¿Y cuáles son sus víctimas?: personas mayores a las que pueda declarar en situación de incapacidad mental, con la complicidad con médicos y residencias de ancianos, para asumir su tutela legal y quedarse absolutamente con todos sus bienes.
Todo le va bien hasta que se topa con un supuesto “caramelito”, una apacible mujer sin familia y con un patrimonio económico bastante elevado que, finalmente, resulta no ser lo que parece. A partir de ahí, Marla tratará de salir indemne de una situación que cada vez se le complicará más.
‘I care a lot’ es un thriller ‘chungo’ que deja mal cuerpo, una película en la que todos los personajes son o malos o peores, un filme que demuestra lo indefensos que están los más vulnerables y lo fácil que es caer en manos de cualquier desalmado sin escrúpulos.
Muy lejos de la glorificación de otros ‘malos de película’, como ese Hannibal Lecter que sólo se ‘come’ a mequetrefes y personas poco amables, empatizar con el personaje de Marla Grayson resulta difícil, imposible. Pero, a pesar de eso, se acaba reconociendo su determinación, su coherencia, su valentía y coraje al luchar a la desesperada y, por supuesto, su perverso sentido del humor. Ahí está uno de los aciertos de Rosamund Pike: no intentar que su personaje resulte simpático. La fascinación que sentimos por él quizá sólo puede encontrar su explicación en el nivel más reptiliano y oculto de nuestro cerebro, aquel que es vital para la supervivencia, el que siempre se mantiene alerta ante cualquier peligro. ¿O es, quizá, porque en el fondo hace lo que le gustaría hacer a casi todo el mundo alguna vez en la vida: quebrantar las reglas?
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