Dejando atrás el impresionante anfiteatro de Miramón, adentrándonos en el bosque, una señal indica el camino en dirección al riachuelo Pakea. Unos metros más abajo hace su aparición un estanque de agua densa que limita con un pasadizo de madera por un extremo; en el otro, se difumina el paisaje y varios troncos de árboles caídos impiden el curso natural del río. A este lado se distinguen dos pilas de agua rectangulares, en distintas alturas, que según la asociación de vecinos Lantxabe de Aiete confirmarían la existencia de un “antiguo lavadero” que estuvo en funcionamiento en este lugar de Donostia hasta “aproximadamente la Guerra Civil”.
Su particular fisonomía y los testimonios de “primera mano” de varios vecinos de la zona han llevado a Lantxabe a esta conclusión, que aguarda, no obstante, el visto bueno definitivo de la sociedad de ciencias Aranzadi. “La construcción se divide en dos pilones”, se puede leer en el blog de la asociación, “uno, el de abajo, para enjabonar y, otro, el del lugar algo más elevado, destinado a aclarar la ropa enjabonada (…). Este es un lavadero antiguo y las mujeres lavaban de rodillas; con el tiempo se construyeron de forma que se pudiese lavar de pie”.
Félix Pérez, de Lantxabe, estuvo en en este punto exacto de la Pakeako erreka hace algunos días. Acompañado de un casero, dio con el hallazgo. “Gracias al testimonio de los baserritarras”, afirma Pérez a DONOSTITIK en conversación telefónica, se puede “dar por válida” la existencia de este histórico lavadero al que le gustaría “poner en valor” junto con otros que existen en la ciudad. Las mujeres que hacían aquí la colada de manera eficaz pertenecían a los diferentes caseríos del barrio. Lavaban y secaban de forma adecuada el textil del hogar. Asimismo, las lavanderas “trabajaban para algunos hoteles” (Londres, María Cristina) y el “restaurante casa Nicolasa”.
“No tenía pinta de que fuera un lavadero”, continúa Pérez, quien asegura que el meandro se había convertido en abrevadero del ganado durante el siglo XX, ya que en Miramón había “vaquerías importantes”. Si Aranzadi ratifica el hallazgo haría buenas las palabras de la asociación: “El lavadero, además de un sitio de trabajo, era el punto de encuentro y de tertulia para las kaxeras. Un universo propio, un espacio heredado, de madres a hijas. Las mujeres, allí reunidas, cantaban, contaban historias y se ponían al día de los sucesos de la vida cotidiana y también provocaban a su vez nuevos acontecimientos en la vida de la comunidad”.
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