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Memoria

Gregorio Ordóñez, ETA contra todos

Se cumplen 30 años desde que la banda terrorista asesinó al líder del PP en Gipuzkoa

Imagen de archivo enero 2020. Exposición sobre Gregorio Ordóñez, ‘La vida posible’, en el Palacio Miramar. Foto: Donostitik

(Rafael Herrero/EFE). El 23 de enero de 1995, este jueves hace 30 años, ETA asesinó en San Sebastián al líder del PP en Gipuzkoa, Gregorio Ordóñez, un crimen que inauguró una nueva estrategia de la organización terrorista y su entorno y que significó un «salto cualitativo» en su historia.

Después de 11 años sin asesinar a un político (el último había sido el senador socialista Enrique Casas), a partir del atentado contra Gregorio Ordóñez ETA y su entorno -a través de la ‘kale borroka’- ampliaron su abanico de objetivos paulatinamente en aplicación de lo que analistas e historiadores denominan la «socialización del sufrimiento».

El proceso ‘Oldartzen’

El crimen de Ordóñez causó una enorme conmoción social y supuso también un aldabonazo en el debate interno que Herri Batasuna, el partido de la izquierda abertzale, desarrollaba desde finales de 1994, denominado ‘Oldartzen’.

Contra lo que se ha repetido habitualmente, la ponencia ‘Oldartzen’ de Herri Batasuna no acuñó el concepto de ‘socialización del sufrimiento’, pero sí contenía una legitimación explícita del terrorismo de ETA y algunas claves que explicaban la nueva estrategia.

En el apartado tercero de la ponencia, referente a la línea política, Herri Batasuna afirma: «Siendo así las cosas y mientras los estados español y francés, además de violar los derechos colectivos de Euskal Herria y los personales de sus habitantes, nieguen la posibilidad de una solución del llamado ‘problema vasco’ mediante vías democráticas, es legítimo que Euskal Herria utilice, para lograr su soberanía, todas las formas de lucha, tanto la institucional, como la del nivel de calle, como la de carácter político, que desarrollan ETA e IK (Iparretarrak), es decir, la propia lucha armada».

Esta línea política fue aprobada en febrero, apenas días después del asesinato de Ordóñez, por el 71 % de la militancia de Herri Batasuna, mientras que el 16 % otorgó su voto a una enmienda a la totalidad titulada ‘Iratzar’, presentada por la izquierda abertzale de Errenteria (Gipuzkoa), que cuestionaba la deriva terrorista de una ETA «cada vez menos reflexiva», sin llegar a poner en entredicho su legitimidad.

Esta votación demostró que, como sostiene el historiador José Antonio Pérez Pérez, pese a contados pronunciamientos individuales contra el asesinato de Ordóñez, como el de su compañera de corporación Begoña Garmendia, la izquierda abertzale en su gran mayoría avaló y apoyó el giro estratégico de ETA.

«El sufrimiento empieza a repartirse»

Pérez Pérez, investigador del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda de la Universidad del País Vasco, explica que el asesinato de Ordóñez, además de marcar un cambio de estrategia, sirvió a ETA para «someter a prueba» este giro en la izquierda abertzale. La prueba se superó porque el ataque al líder del PP de Gipuzkoa «prácticamente no fue contestado, o muy minoritariamente, por concejales en algunas localidades».

Aunque la estrategia de extender el miedo en la sociedad atacando a políticos y otros sectores no figura en la ponencia ‘Oldartzen’, los propios hechos y varias declaraciones públicas de ETA y líderes de Herri Batasuna acabaron por acuñar el concepto en los meses posteriores al asesinato del dirigente popular.

El 16 de abril de 1995, el diario Egunkaria publicó una entrevista con la dirección de ETA en la que la organización terrorista se refirió en estos términos al asesinato de Ordóñez: «Los políticos profesionales han entendido que las consecuencias de la prolongación del contencioso afectarán a todos y que cada uno debe esforzarse a la hora de buscar una solución racional».

Un mes antes, el dirigente de HB Joxe Mari Olarra, en un acto político en Oiartzun (Gipuzkoa), afirmó: «Mientras hasta ahora solo hemos sufrido nosotros, en estos momentos están viendo que el sufrimiento comienza a repartirse».

ETA contra los concejales del PP y el PSE

El ciclo continuó en marzo de 1996 con el asesinato del socialista Fernando Múgica. «Posteriormente veremos asesinatos no solamente de gente de relevancia, como es el caso de Gregorio Ordóñez, sino que fueron descendiendo el nivel hasta llegar al último concejal, incluso fuera de Euskadi, como en Cataluña y Andalucía», explica el historiador.

Desde Ordóñez, ETA mató, entre 1995 y 2008, a 19 políticos, de los que 11 fueron ediles del PP en ejercicio, tres concejales del PSE y dos de UPN. ETA no atentó nunca contra concejales del PNV y EA, a los que sí sometió en este periodo al acoso de la violencia callejera, sobre todo en los pueblos.

La intensificación de la violencia de persecución contra ciudadanos que se oponían a ETA fue uno de los signos más notorios del giro de tuerca de la izquierda abertzale y se mantuvo incluso durante la tregua de 1998, auspiciada por la negociación entre ETA, el PNV y EA, que cristalizó en el Pacto de Lizarra.

Lucha en la calle

La lucha en la calle, uno de los pilares del debate ‘Oldartzen’, elevó la tensión política en Euskadi a niveles máximos tras el secuestro del empresario José María Aldaya en mayo de 1995. Las concentraciones silenciosas de los familiares del empresario fueron respondidas por contramanifestaciones en las que se jaleaba a ETA sin tapujos, con presencia de destacados dirigentes de la izquierda abertzale.

La estrategia de ‘socialización del sufrimiento’ se elevó trágicamente en el año 2000, tras la ruptura de la tregua, cuando ETA mató a 23 personas de diferentes ámbitos, desde la política al periodismo, uno de los sectores más claramente señalados en la ponencia ‘Oldartzen’.

Pérez Pérez apunta que, a partir de la puesta en marcha de este «salto cualitativo», comenzó a incrementarse el número de personas escoltadas en Euskadi, que llegaron a ser más de 3.300, según los datos de un estudio del Instituto de Derechos Humanos Pedro Arrupe de la Universidad de Deusto.

«Se ampliaron los objetivos y lo que se hizo fue visibilizar a esas víctimas dentro de cada pueblo. Alguien que lleve escolta parece que carga con la culpa de ser responsable de la propia violencia que pueda sufrir. Es algo perverso y es el gran éxito que tuvo el terrorismo en aquellos momentos», sostiene el historiador del Instituto Valentín de Foronda.


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