Os pongo en situación, estimados lectores. Llega a mis manos un documento, escrito por el gran Alberto Gonzalez, en el que se habla de una misteriosa piedra, que se levanta en un bellísimo paraje de la sierra de Aralar. El paraje es muy conocido por este humilde caminante de viejos senderos, pero desconocía la existencia de la piedra en cuestión. Como no podía ser de otra de forma, el documento llama poderosamente mi atención y me lanzo, sin miramientos, a bucear en sus letras. Cuál es mi sorpresa, cuando leo un párrafo en el que se cita algo, que me lleva a consultar uno de esos viejos libros, que uno tiene en su biblioteca. Una deliciosa obra, que editara el club “Los Amigos de Aralar”, allá por el año 1978, para celebrar sus 50 años de vida. En ella, un artículo del gran Iñaki Linazasoro, habla de que el pastor culto, como él mismo lo llamaba, José Mari Gamboa, le dejó caer la existencia de una misteriosa piedra, pero no le dio más datos, se los reservaba para el antropólogo José María Satrustegi. Leí este artículo hace muchos años, y os confieso que lo he releído en múltiples ocasiones, y siempre me había llamado la atención esa misteriosa piedra. Imaginaros mi emoción, ahora, que estaba encima de mi mesa de trabajo, la solución al misterio de la misteriosa, valga la redundancia piedra. Esa piedra es el monolito de Gaztelueta, y como no podía ser de otra forma, nos calzamos las botas de la curiosidad, y nos lanzamos a tocar con nuestros propios dedos, la tradición, el misterio, la belleza, y de paso, os invito a que me acompañéis.
Partimos del parking de Albi, ubicado en los preciosos rasos homónimos, que se acurrucan al calor de los hayedos de la vertiente navarra de la magnética sierra de Aralar. Cruzamos una puerta metálica, y enfilamos un sendero, que directamente, se sumerge en el bosque. Sin pérdida, pasamos junto a una borda de pastores, tras dejar a nuestra izquierda, la mítica sima de Albi, unida a la gran diosa Mari. El camino no presenta pérdida alguna, y llegamos, caminando pausadamente, hasta un paraje, en el que se izan unos bellos ejemplares de hayas, una de ellas, muy unida a nuestro ser. Tras disfrutar de este paraje profundamente delicioso e íntimo, retomamos el camino, ascendiendo una cuesta, que nos dejará junto a un pinar. El sendero gira hacia la izquierda y salva un regato, introduciéndonos en un espectacular desfiladero, que nos lleva hasta la borda de Bustintza. Esta borda, rodeada de espinos albares, uno de esos árboles sagrados de las viejas culturas europeas, es testigo mudo, de una forma de vivir en la sierra, que poco a poco va desapareciendo. Tras la borda, caminamos por un delicioso paso, que nos saca a terreno despejado. El lugar es impresionante, a nuestra izquierda, se levanta las estribaciones del pico Txameni, frente a nosotros, el collado de Urdangoene, que da paso a la zona central de la sierra. Hacia la derecha serpentea un regato que se sumergirá en una dolina junto a la borda de Bustintza, para continuar su telúrico recorrido por los interiores de la sierra. Por encima del riachuelo, llama nuestra atención el pico Beloki, y un farallón rocoso que destaca en el paisaje, y que presenta una piedra en lo más alto, allí está, la mítica piedra de Gaztelueta.
No hay un camino marcado, pero basta con tomar el resalte como referencia y caminar por las laderas hermosas, esquivando las árgomas. Poco a poco, vamos acercándonos a la piedra, hasta llegar a tocar su mágica esencia. Os reconozco que me emocioné, al tocarla, un lugar buscado, al que llegamos dejándonos acariciar por el viento, y las viejas creencias de la montaña.
La piedra es un monolito, incrustado sobre un resalte natural del terreno, sin duda, nuestros ancestros eligieron bien el lugar donde colocarla. Porque esta piedra fue puesta allí por el ser humano, tal y como cuenta el propio José Mari Gamboa, ya que es la única que presenta fósiles, en el entorno. Al parecer, junto a esta piedra bailaban los pastores en las noche de luna llena, en el plenilunio, también los hacían los jentiles, según nos cuenta la mitología. El pastor, también contó, que era costumbre entre sus colegas, recoger una piedra por el camino, y depositarla en un túmulo muy cercano a Gaztelueta, parece ser que este túmulo es en realidad un fondo de cabaña de origen medieval. Estamos ante uno de los grandes cultos que se dieron a las piedras en nuestras montañas.
Y esta es la pequeña historia, un tanto personal, que hoy quería compartir con vosotros, os aconsejo alcanzar la cima de Beloki, que abre sus 1271 metros de altitud, a un paisaje descomunal, destacando las cimas de Ttutturre y Uarrain, sobre las praderas de verde inmaculado. El regreso podéis hacerlo por el mismo camino, o descender hasta la charca de Unako Potzua, y retornar por Pagomari, o alcanzar la bella Igaratza,y regresar por la pista de Guardaetxe e incluso por Prantsez Erreka, a vuestro criterio. Quizá la montaña, el ir y venir libres, el elegir el propio camino, sea uno de los pocos reductos de libertad, que esta sociedad asfixiante nos permite.
Allí queda Gaztelueta, guardado su milenario secreto, su misterio desbordante, su bellísima tradición, tan solo resta acercarse a su magia con respeto y curiosidad, y por qué no bailar bajo el influjo de la luna llena.
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