La sala Kutxa Fundazioa Kubo (2000-2025) celebrará su 25º aniversario con la obra de tres artistas muy vinculadas a Gipuzkoa: María Paz Jiménez (Valladolid, 1909-San Sebastián, 1975), María Cueto (Avilés, 1960) y Maider López (San Sebastián, 1975).
El programa se inicia con una gran retrospectiva dedicada a la artista María Paz Jiménez (Valladolid 1906 – San Sebastián 1975), una pionera de la pintura abstracta, muy vinculada antes al surrealismo, que desarrolló su creatividad en una época en que en Euskadi la mujer requería de un doble mérito para alcanzar un cierto protagonismo.
La exposición está comisariada por Haizea Barcenilla y Ane Lekuona y reúne más de un centenar de pinturas (133) y obras sobre papel realizadas desde sus inicios profesionales en la década de los 40 hasta sus últimas obras producidas a mediados de los años 70, así como diversa documentación -cartas manuscritas, fotografías, programas de exposiciones, artículos de prensa- y réplicas de trajes diseñados por ella para su hermana y bailaora de flamenco, Rosario Escudero.
Las obras, que podrán verse en la sala Kubo desde mañana y hasta el 18 de mayo, están en manos de las
principales instituciones vascas (Kutxa Fundazioa, San Telmo Museoa, Diputación Foral de Gipuzkoa, Museo de Bellas Artes de Bilbao, Museo de Arte Contemporáneo del País Vasco -Artium Museoa- y especialmente San Telmo Museoa, institución depositaria de una importante parte del legado de la artista.
Autodidacta
Pintora autodidacta, María Paz Jiménez comenzó a formarse durante su exilio en Argentina a lo largo de la década de 1930: “Me siento totalmente pintora, sí, sobre cualquier otra cosa. Si dejara de pintar me imagino que algo marcharía mal. No creas que me disgusta ser autodidacta. Creo que tiene bastantes ventajas. En éste, como en todos los campos, te permite tener una mente limpia y libre para elegir lo que quieras, sin pretensiones academicistas. Son cosas que luego tardas mucho en quitarte de encima”.
Regresó a San Sebastián en 1945 y, desde entonces, fue un personaje destacado del panorama artístico. Sin embargo, quedó fuera del conocido como arte vasco, protagonizado por hombres. Este hecho y su temprano fallecimiento determinaron que no ocupara el lugar que merecía en la historiografía del arte.
Surrealismo en el origen
No es de extrañar que una artista como Jiménez, quien sentía atracción por lo misterioso y quien siempre mostró una fuerte tendencia existencialista, se viera tentada por este movimiento: el surrealismo le proporcionaba buenas herramientas para investigar los rincones más profundos del ser humano.
Son pocas las obras que nos han llegado de estos años. Se trata fundamentalmente de bodegones y de algunas piezas surrealistas protagonizadas por figuras etéreas, al margen del mundo material, generalmente
femeninas representadas en espacios ambiguos, indefinidos, pintados en tonos azules.
El exilio
En 1936, con la toma de San Sebastián, María Paz Jiménez huyó a Francia con su marido, el ingeniero donostiarra Alfredo Bizcarrondo, para acabar instalándose en Argentina (1938-1945) donde se formó en las Escuelas Libres y con la pintora Mercedes Rodigué de Soto Acebal. En Buenos Aires participó en numerosas exposiciones y concursos.
En 1943 realizó su primera exposición individual en el Salón Municipal de Bellas Artes de Buenos Aires por la que recibió muy buenas críticas calificándose su pintura de «surrealismo esotérico».
A su regreso a San Sebastián en 1945, tras recibir formación, abandonó las fantasías surrealistas y
alternó tres estilos: una obra más figurativa con «monigotes», bodegones de corte expresionista y finalmente la abstracción.
En 1948 Jiménez viajó a París, donde visitó exposiciones de artistas que marcaron el comienzo del movimiento informalista. Esto le impulsó a probar la abstracción y fue una de las pioneras a nivel estatal, pero no obtuvo la respuesta esperada de la crítica, lo que le llevó a limitar su trabajo abstracto a los muros de su estudio.
A principios de los 60 María Paz Jiménez sufrió una profunda crisis de creación. Dejó de pintar durante un tiempo y, a su regreso, desechó el informalismo y volvió con un estilo totalmente diferente. El cambio se vio
impulsado por una inquietud íntima, por el deseo de desvelar el misterio que nos rodea. La artista siempre se interesó por la astronomía y la geología, intereses científicos que compaginó con la filosofía existencialista.
El resultado fueron óleos de superficie lisa, que indicaban el sentido dinámico del espacio. Manteniendo la misma gama de color, incorporó grietas, contracciones y nudos para tensar las superficies. Esos núcleos, situados en el centro de las escenas, fijaban la estructura de toda la obra.
María Paz Jiménez explicó así este regreso: “Hacia el año cincuenta y cuatro llegó el abstracto. Y durante los once años siguientes (1954-1965) trabajé en plásticos, hasta que he vuelto al óleo y a las veladuras. Es un regreso, sí, y a mí me deja tranquila. Después de haber pasado todos los fuegos, llegar de nuevo a la serenidad, al misterio…, como debe ocurrir a la hora de la muerte”.
En su último año María Paz Jiménez estaba emprendiendo un nuevo camino que no pudo culminar. Dejando de lado las superficies suaves, volvió a fijarse en las características de los materiales para realizar pequeños trabajos que evocaban imágenes geológicas. Más información sobre las actividades complementarias, aquí.
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