El fatum era para los romanos lo que estaba dicho o escrito, el destino. Algo que efectivamente puede aplicarse en su primera acepción a ‘Fatum’, la película con la que Juan Galiñanes debuta en la dirección de largometrajes. Porque en ‘Fatum’, desde las primeras escenas que muestran en paralelo la historia de Sergio (Luis Tosar), un ludópata ante la tesitura de perder a su familia a causa de su adicción a las apuestas, y Pablo (Álex García), jefe de francotiradores de la unidad especial de la Policía, ya se puede imaginar la última secuencia, unas sospechas que se afianzan nada más avanzar la primera mitad de este thriller de atracos que muta en thriller moral. En ‘Fatum’, uno más uno, suman dos y blanco y en botella es leche.
Es una pena y, al mismo tiempo, una oportunidad contemplar cómo puede insuflarse cierto vitalismo a un guión absolutamente predecible gracias a una ágil realización. Mérito, en este caso y en exclusiva, del director, todo hay que decirlo. Es gracias a la fuerza y energía con la que está dirigida la primera parte del filme (la segunda es quizá la menos lograda de la película) por lo que ver ‘Fatum’ resulte hasta cierto punto (si el espectador no se hace muchas preguntas) entretenido. Hay garra y un uso bastante destacado de la acción simultánea en las escenas rodadas en la casa de apuesta en la que se dan cita, por una serie de avatares, Sergio, su mujer y sus dos hijos. Incluso la eficaz dirección de Galiñanes salva de caer en el estancamiento narrativo la parte que se desarrolla en el hospital al que llegan los heridos en el asalto a la casa de apuestas. El guión, firmado por el propio Galiñanes y Alberto Marini, se desgrana de manera torpe en esta parte, y es tan evidente lo que va a pasar, que apenas genera tensión. Tampoco ayudan (a pesar del esfuerzo que hacen los actores principales) los personajes, mal dibujados y, en definitiva, planos. No resulta creíble el empeño que Sergio pone en su condición para ayudar a Pablo y que no asuma su propia culpa en el fatal desarrollo de los acontecimientos que acabarán infringiendo un gran dolor a su propia familia. Ni tampoco el filme parece sacar partido del ‘chantaje emocional’ con el que Sergio mortifica a Pablo.
Y, de hecho, la resolución del conflicto moral que a éste le genera la petición de Sergio concluye de una forma tan simple y desmañada que la película acaba por agotarse a sí misma. Una pena que la historia se consuma rápidamente sin apenas matices, sin que el espectador pueda llegar a identificarse con esa tesitura moral en la que se ven, frente a frente, Sergio y Luis.
Esa superficialidad a la hora de filmar la historia sólo poniendo el acento en el ritmo y la eficacia de las escenas de acción sin tratar de aportar esa hondura que hace grande al thriller es lo que acaba por lastrar esta película.
Quizá por ello resulta tan notable el trabajo de Álex de Pablo al frente de la dirección de fotografía creando una atmósfera realista (tan alejada de la apariencia cromáticamente saturada que suele infundirse a este género), cotidiana, incluso de andar por casa. El retrato intencionadamente feo y denso que De Pablo hace de una ciudad, A Coruña, aporta quizá más contexto y significados que los que son capaces de aportar un guión flojo y predecible y una realización que va de más a menos.
Hay que quedarse, no obstante, como moraleja, con ese canto a la paternidad/maternidad (tan inusual en un género como el thriller) que, en el fondo, impregna una película que entretiene, aunque esa última escena entre Sergio y Pablo y sus hijos se adivine… allá por el minuto 20 (o antes).
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