Los goonies “siempre se equivocan”, pero son más certeros que el mismísimo cazatesoros Chester Copperpot. Viven “aventuras locas”, aunque protegiendo y cuidando siempre de sus amigos. No tocan el piano como Elton John, es verdad, sobre todo si las teclas de éste están confeccionadas de huesos humanos, pero son de esos que están dispuestos “a pagar su osadía con la más terrible de las muertes” con tal de salvar a sus padres de la ruina económica y no tener que irse de la ciudad. Sin embargo, no lo olvidemos. Por encima de todo, los Goonies nunca dicen: “muerto”. Así que, en algún mar de celuloide, el pirata Willy el tuerto navega ahora acompañado por el más entusiasta de todos los goonies, el que no salía en pantalla, el que se quedó detrás de la cámara filmándolo todo, divirtiéndose como el que más: Richard Donner. El cineasta fallecía esta semana a los 91 años de edad tiñendo de luto los Muelles de Goon y el corazón de toda la legión de seguidores que este filme mítico de los años 80 ha ido sumando generación tras generación hasta hoy.
Porque ‘Los Goonies’ (1985) es una de esas películas que los padres ponen a sus hijos… y se siguen riendo con las peripecias de este grupo de siete chavales como cuando eran niños. Hagamos la prueba: “Chico, quiero que lo cuentes todo”. “¿Todo?”, pregunta Gordi medio lloriqueando a los Fratelli. “Está bien. Hablaré… En Tercero llevé una chuleta al examen de Historia. En Cuarto robé el tupé de mi tío Max y me lo pegué en la cara para hacer de Moisés en la función del colegio. En Quinto tiré a mi hermana Eddie escaleras abajo y le eché la culpa al perro…. Pero lo peor que he hecho nunca fue una vez que vomité en casa y luego me fui al cine, escondí la vomitona en la chaqueta y subí al gallinero”… Si sabes cómo acaba la ‘confesión’ de Gordi que ‘enterneció’ a uno de los ‘malvados’ hermanos Fratelli y te estás riendo: ¡enhorabuena; eres un auténtico goonie!
En ‘Los Goonies’ hay un buen guión (la historia es del mismísimo Steven Spielberg) y esté está rodado con entusiasmo. Sólo hay que recordar la escena de la confesión, por ejemplo, en la que la cámara va del primerísimo primer plano de Gordi (maravilloso Jeff Cohen) a los estupefactos Fratelli. La cámara de Donner se está divirtiendo tanto como los espectadores contemplando la escena. Y lo mismo pasa con otras muchas secuencias, como aquella (maravillosamente montada) en la que los goonies encuentran la red de tuberías y cañerías del Astoria Country Club y comienzan a manipularlas desde abajo para hacer ruido y que los rescaten mientras, de forma paralela, vemos el resultado: grifos que desaparecen de repente, una fuente de la que es imposible beber, un wáter que se transforma en un geiser… Otra de las cosas que aún hoy siguen tan frescas como el día de su estreno es la inocencia, la ternura y la confianza en el futuro que exhala este filme. En él, este grupo de chavales capitaneados por Mikey (Sean Austin) es capaz de apostarlo todo a viejo mapa sólo por ayudar a sus padres. Un goonie nunca desfallece. “Imaginaos sólo por un momento que nos guiara hasta el tesoro de Willy el tuerto. No tendríamos que irnos de los muelles de Goon”, afirma Mikey que, durante la divertida y arriesgada búsqueda, aprenderá a encajar “los truquitos de Willy” y a respetar a este temible pirata del siglo XVIII que prefirió morir encerrado con su tesoro a que le diera alcance la armada británica enviada para recuperar los miles de rubíes, esmeraldas y diamantes robados.
Por cierto, que Richard Donner contó en alguna ocasión que nunca dejó que los jóvenes protagonistas del filme vieran el espectacular barco de tamaño real hasta que rodaron la escena que los llevaba, por fin, hasta éste. Lo vieron a la par que sus personajes. Sus reacciones son reales. Y no es para menos, porque el navío era espectacular.
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