En el corazón de la mágica sierra de Aralar, se repite un rito cargado de emotividad, de belleza, de esencia montañera, de humildad. Cada año, a principios del mes de agosto, la efigie de San Miguel de Aralar, abandona por unas horas su templo en lo alto de la montaña, y visita la acogedora ermita de Igaratza. Es una costumbre relativamente reciente, pero cargada de devoción, os aseguro que no os dejará indiferentes si decidís acercaros a este telúrico rinconcito de la montaña, a disfrutar de esta bella romería, y de la hermosura de esta sierra, seductora, como pocas. Esta singular tradición, data del año 1947, cuando se inauguró la ermita de Igaratza, desde esta fecha, la entidad montañera “Aralarko Adiskideak-Amigos de Aralar” de Tolosa, organiza una jornada festiva cargada de encanto, magia y fervor popular, a la que acuden cientos de peregrinos. Allá por el año 1946, se inauguró, concretamente el día 15 de septiembre, una modesta capilla en Igaratza bajo la advocación de la Virgen de Arantzazu. El objetivo era que los pastores que se hallaban en la montaña, pudieran asistir a la misa dominical, pues los templos de los pueblos circundantes de la sierra, les quedaban a varias horas caminando. Inicialmente se decidió celebrar el oficio religioso desde el 1 de mayo hasta el 1 de noviembre, pues en las fechas restantes, los rebaños y sus pastores transhumaban, buscando la calidez de los valles. Pronto, la ermita se quedó pequeña, y se amplió, reinaugurándose la nueva capilla el día 21 de septiembre de 1947, y fijando las misas entre el tercer domingo de mayo y el tercer domingo de octubre.
El paraje de Igaratza donde se ubica la ermita, es un sitio único, un lugar lleno de esa energía, que sólo atesoran determinados lugares, lugares mágicos, especiales, arcaicos y hermosos. Igaratza, nos regala un impresionante horizonte de montañas magnéticas, praderas de hierba verde, valles profundos y barrancos misteriosos, allí al abrigo de los bosque de hayas y de los pastos de altura, este delicioso rinconcito, me ha enseñado a respetar y a amar las montañas, a sentir su caricia, a fundirme con ellas, a escuchar su arcaico susurro y a escucharme, siquiera un poquito, a mi mismo.
Hasta este paraje, referencia del montañismo vasco, llega la imagen del Aingeru de Aralar. Es esta, una representación de San Miguel, especial, el arcángel aparece portando una cruz sobre su cabeza, en lugar de lanceando al dragón, además guarda en su interior parte de la antigua imagen, así como trozos del Lignum Crucis, reliquia de la Cruz de Cristo. Se trata de un relicario, de plata sobredorada, de incalculable valor, cargado de historia, pero además el Aingeru de Aralar, es venerado con una profunda devoción por los habitantes de los pueblos que acaricia la sierra. La imagen, además de la romería a Igaratza, único momento del año, en que pisa territorio gipuzkoano, realiza otras visitas, en la primavera, a pueblos diferentes pueblos navarros. En estos días, el Aingeru deja su refugio de la montaña, el templo de San Miguel in Excelsis, ermita románica, edificada sobre un antiguo templo carolingio, que ha su vez se construyó sobre un lugar de culto prehistórico, quizás donde se ubicaría un dolmen. Este precioso templo guarda un sinfín de misterios, secretos que sólo el conoce y guarda celosamente en las alturas de la sierra. Unido a este paraje de forma indeleble encontramos la leyenda de don Teodosio de Goñi:
Teodosio, era un caballero, natural de la localidad de Goñi, quien a su regreso de las cruzadas fue engañado por el diablo disfrazado, que contó al caballero como su mujer le estaba siendo infiel, en su propio dormitorio y en ese preciso instante. Teodosio fuera de sí, entró en el cuarto apuñalando con su espada a los dos cuerpos que yacían en el lecho. La sangre se le heló cuando al salir de la casa se encontró a su mujer Constanza de Butrón y Vianda, quien abrazándole, le cuenta como sus padres están invitados en su casa, la mujer había cedido el dormitorio del matrimonio a sus suegros. Teodosio había asesinado a sus propios padres. Acude a Pamplona para hablar con el obispo, quien le envía a Roma para entrevistarse con el Papa. Este le impone como penitencia portar unas pesadas cadenas por las montañas sin poder bajar a pueblo alguno, hasta que se rompieran por si mismas. Estando el caballero en Aralar, vio a una joven en la boca de una sima esperando a ser devorada por un dragón que allí habitaba, en ese momento la fiera salió del antro, y el caballero invocó al Arcángel San Miguel, inmediatamente, el santo bajó del cielo, matando a la bestia y rompiendo las cadenas de Teodosio. El caballero, como agradecimiento, mandó edificar la iglesia que hoy vemos y donde, aún, podemos tocar las cadenas del caballero y ver la oquedad, que según la leyenda, comunica con la cueva del dragón.
La romería es un evento sencillo, silencioso, profundamente íntimo, son muchos los peregrinos que acuden a Igarazta por diferentes rutas de montaña. Y es que hasta este paraje, se puede llegar por el abrupto camino de Minas, o por las sendas de Lizarrusti, desde el valle de Larraul por Prantzes Erreka, por el paraje de Amorleku desde Uharte Arakil, por Uztoki subiendo desde Lakuntza, por la ancestral calzada de Enirio o por Burdingurutzeta. Cada uno por su camino, a su forma, sin protocolo, sin normas ni restricciones, sin marcas ni pinturas que nos digan por donde tenemos que caminar, es la libertad de las montañas. Algunos caminan en solitario inmersos en sus pensamientos, otros en familia, o con amigos, pero sin prisa, sabedores de que vivirán una jornada y una experiencia única, en su humildad, que contrasta con el enorme fervor que se respira.
Yo os animo, en cambio, a seguir la misma ruta que realiza el Aingeru, ruta que desde la antigua Guardaetxe, alcanzará los altos de Errenaga, y después Igaratza, en una sencilla “procesión”, pequeñita, como de andar por casa, pero enormemente mágica y profunda.
Por la mañana, son muchas las personas que esperan pacientemente la llegada del Aingeru a Guardaetxe, o la casa del guarda, actualmente sólo hay un solar vacío donde se encontraba el entrañable refugio, un solar vacío en el que se esconden profundos recuerdos de muchos de nosotros al calor de su fuego, un solar vacío fruto del absurdo, del intento de restar carácter a nuestra montaña.
La imagen queda expuesta allí mientras los peregrinos se preparan para comenzar la ruta, pronto comienza el caminar pausado, tomando el camino hacia Igaratza. Es un placer, una experiencia única acompañar al “Aingeru” en su camino entre la verde cúpula de hojas de las hayas, algún rayo de sol, tímido, se cuela entre los árboles, iluminado la plata sobredorada que cubre la imagen de madera, un caminar lleno de magia, de compañerismo y de profunda belleza. Poco a poco va desgranándose el camino, tras pasar el característico alto de Korosabarrena, se avista el mítico paraje de Pago Mari, unido a la leyenda que le da nombre. Las montañas de la sierra van asomando entre el hayedo y los laberintos calizos, tímidas, guardando celosamente todos esos tesoros que nos tienen reservados a quienes acariciamos sus laderas con nuestras viejas y gastadas botas, Como si de un arcaico canto de sirena se tratase, es inevitable sentir una telúrica atracción hacia esas cimas, sentir el impulso magnético de lanzarnos hacia ellas a caminarlas, a sentirlas, a embaucarlas para que, aunque sea fugazmente, compartan con nosotros sus insondables misterios. Pero hoy no es el momento, hoy estamos inmersos en un ancestral rito, acompañamos sin prisa a la esfinge de Aralar, que atesora leyendas, cuentos, historias e historia, amor, fervor, sentimiento, magia, un tesoro entre las manos de sus portadores. Despacio alcanzamos los pasos de Ormazarreta, bello paso que oculta una interesante sima, paraíso de espeleólogos. Los altos de Errenaga salen a nuestro encuentro, allí, junto a la muga esperan cientos de romeros que han acompañado al Cristo de la ermita de Igaratza, quien ha salido ha recibir como se merece al “Aingeru”. Es un momento profundamente hermoso, la emoción se refleja en los rostros cuando ambas imágenes se “besan” bajo la atenta mirada de los presentes y de las magnificas montañas de Aralar. Juntos descienden por el caminito hasta la ermita, donde a las doce del mediodía se celebra la misa, en el exterior, sobre un altar provisional, los fieles se reparten alrededor, sentados sobre la hierba de Igaratza, es un momento lleno de magia, bello en su sencillez y humildad pero magnifico en su fervor.
Tras los oficios religiosos viene el momento de la música y el baile, poco a poco los romeros van tomando posiciones para disfrutar de la jornada festiva. Llegada la tarde, cada uno va retornando a su ritmo por los mil y un caminos de la sierra, despacio, caminando llenos de emoción y sentimiento, de vivencias y de satisfacción, con el viento susurrándoles mil y una historias de nuestra sierra, y con el orgullo de haber sido parte, siquiera por un instante, de la vieja tradición de la montaña
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