Charlotte Beradt, allá por el Berlín del año 1933, al inicio del terror nazi, se percató de que su círculo más cercano de amigos y conocidos sentía la necesidad imperiosa de contar y compartir sus sueños. Así, recopilando los de cientos de alemanes normales y corrientes (en 1966 los publicó en un libro titulado ‘El Tercer Reich de los sueños’) se dio cuenta de que, como bien sostenía el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939), éstos eran “la liberación del espíritu de la presión de la naturaleza externa” y que en ellos se podía ‘leer’ el miedo, la persecución, la impotencia de la época… Todos eran conscientes de quién era Adolf Hitler y el terrible futuro que se avecinaba y, por supuesto, lo que ocurría en los campos de concentración en los que eran confinados hasta la exterminación disidentes políticos, judíos, gitanos, homosexuales….
Cuatro años después de iniciarse aquel proyecto con el que Charlotte Beradt literalmente se jugó la vida, en 1938 y en una Austria a punto de ser anexionada como provincia al Tercer Reich, se sitúa la acción de ‘El vendedor de tabaco’ (2018), una interesante y modesta producción cinematográfica dirigida por Nilolaus Leytner, en la que, precisamente, va a tener un papel decisivo el autor de ‘Tótem y tabú’ y ‘El yo y el ello’. Freud será el tímido (aunque cercano) cliente de un estanco de la ciudad de Viena, muy cerca de su mítica consulta de la calle Berggasse, 19, al que llega como aprendiz el joven Franz Huchel (Simon Morzé) y con el que iniciará una entrañable relación de amistad y admiración mutuas.
Porque, ya en el ocaso de su vida, cansado y bajo la amenaza nazi (fue declarado enemigo del Tercer Reich y tuvo que huir al Reino Unido), el profesor verá en este joven y sus primeras experiencias amorosas, esa ‘pulsión’ de vida, la pasión de la juventud y las ilusiones perdidas en tiempos que le arrastran hacia el desánimo. Para Franz, en cambio, el doctor Freud (tiernamente interpretado por el gran Bruno Ganz en una de sus últimas interpretaciones) se convertirá en su confidente, en casi un padre y, por supuesto, en el descifrador de sueños en una ciudad que, poco a poco, se va tornando menos amable, más amenazadora, delatora e intimidante. Con el profesor exiliado en Londres y detenido por la Gestapo su patrón, Otto Tesnjek (el convincente Johannes Krisch), al joven Franz no le quedará más arma que sus sueños y pronto descubrirá que no hay nada que los nazis consideren más peligroso…
Basada en la novela de Robert Seethaler, ‘El vendedor de tabaco’ es una de esas películas que pasan desapercibidas, un filme sencillo con una dirección clásica (incluso en la surrealista forma de plasmar los sueños de Franz) y una recreación creíble aunque puede que un tanto acartonada de la Viena de entreguerras. Aunque, sin embargo, tiene una fuerza conmovedora que sorprende.
Emociona la lucha contra la injusticia y el autoritarismo que emprende Franz a través de la inocente y casi pueril publicación de sus sueños (no diferían mucho de los que recopiló Charlotte Berdt), así como la dignidad con la que enarbola la bandera de la que es su verdadera nación: la buena gente. No hay mayor acto de libertad que denunciar la injusticia. Quizá ‘El vendedor de tabaco’ no sea uno de esos filmes que la crítica especializada ensalce dentro de 20 años como una obra cinematográfica imprescindible, pero se hace necesaria. Conocer en profundidad el terror nazi sigue siendo obligado en la actualidad para aprender a diferenciar la democracia del autoritarismo; el populismo y la autocracia del carisma; la realidad de la tergiversación y la mentira; el buen gobierno del discurso vacío. “Los líderes del fascismo mienten”, escribía el gran escritor ucraniano Vasili Grossman (1905-1964) en ‘Vida y destino’, “cuando afirman que la tensión de la lucha les obliga a moderarse. El día en que el fascismo esté convencido de su triunfo definitivo, el mundo se atragantará en sangre”.
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