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Donostiarras

El incombustible zapatero de la Parte Vieja

Tras casi 50 años en el oficio, Emilio Justel no se rinde. Ahora acompaña a su hija en el histórico local de la calle 31 de agosto

A sus 68 años, a Emilio Justel lo que realmente le gusta es la pesca de la trucha. Se mete al agua y, en lugar de colocar sus señuelos o moscas, va con lo puesto. A pelo. Hunde sus pies en el río, detecta los peces y con mucha cautela y precisión atrapa sus presas con las manos sin que se le escurran. Con esas manos curtidas empezó a desenvolverse a principios de los años 70 en este oficio artesano en un bajo de la calle 31 de agosto. Metía su mano dentro del zapato de otro. Y aquí sigue pringándose las manos. Casi 50 años después, calcula. Ahora con el pistón bajado y acompañando a su hija Loida, de 33 años, que es la que desde septiembre ha cogido las riendas del negocio.

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Gregorio Roldán, a quien apodaban ‘El madrileño’, como el disco de pop español mainstream más importante de 2021, fundó en 1939 el primer local dedicado a la reparación de calzado de Donostia. Según cuenta Emilio, cuando el volumen de trabajo creció y el local de la Parte Vieja se les había quedado pequeño, se mudaron a la calle Urdaneta. Ya van por la cuarta generación. Él se quedó en lo Viejo tras haber entrado de aprendiz con unos 20 años.

Bajando unas escaleritas se accede al establecimiento, en realidad un cubículo donde no entran más de tres o cuatro personas. La puerta de acceso, de madera, pasa desapercibida en esta calle que antes del batacazo del virus brillaba con su deslumbrante oferta de pintxos. Hay que fijarse en el rótulo exterior, mitad blanco mitad rosa: “Eria Justel. Reparación de calzado”. Emilio Justel habla con voz pausada y salpica con refranes -“esconden verdades el 99% de las veces”, dice- un vocabulario impecable. Además de un auténtico manitas, es una persona cultivada y con enormes ansias de conocimiento: ha cursado estudios de Ingeniería, Deportes, Teología y hasta Psicología. Nunca se presentaba a los exámenes finales. “La titulitis no me atrae”, asegura.

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Para cuando se quiso dar cuenta, este hombre de barba blanca y pinta de bonachón ya estaba enganchado al oficio. “Nunca he tenido la intención de dejarlo y dedicarme profesionalmente a aquello en lo que me había formado y estaba preparado. En más de una ocasión me han ofrecido trabajo relacionado con mis estudios. ¿Pero sabes qué pasa? Que esto me atrapó. Tenía más que suficiente con ofrecer un buen servicio y tratar de dar la mejor atención posible”.

Un día Emilio se metió en un lío. Avaló con un préstamo a una persona que, según detalla, le estafó dejándole una deuda “pantagruélica”. A día de hoy, esa importante suma de dinero sigue aún pendiente de pago. Pero su clientela, a quien considera parte de su familia, le ayudó a salir del abismo. “Se enteraron del problema que tenía y me vino gente a la tienda diciéndome: cuánto te hace falta, Emilio. Dime. Lo que necesites. Me dejaron miles y miles de euros sin que yo lo hubiera solicitado. Se los he ido devolviendo con el tiempo”, explica.

El año pasado una de esas personas que le había prestado un buen pico apareció por la tienda:
-Emilio, tú y yo tenemos algo por el medio.
-Sí, pero tendrás que esperar un poquito que todavía no te lo puedo devolver.
-¿Cómo que esperar? No pienso esperar nada.
-Pero…
-No me has entendido. No me tienes que dar nada. Con la atención y el cuidado con el que nos has atendido, el cariño y el amor con el que nos has tratado, con el respeto que siempre hemos tenido, y la amistad que nos une, la deuda está saldada.

Loida está enfrascada en su tarea, rodeada de un mar de suelas, zapatos, tacones y una vieja máquina de finisaje, la del característico ruido de sierra mecánica, que la vigila desde una esquina. Enamorada del río leonés Eria, de ahí el guiño en el rótulo, explica cómo ha terminado siguiendo los pasos de su padre. “Siempre me han gustado mucho las manualidades. Y esto tiene mucho de eso. Pego suelas, tiño zapatos, coso, corto…”. “¡Se le da de miedo!”, intercede Emilio. Una mujer baja los escalones y entra al local mostrando un abrigo al que, al parecer, le falta un botón. “A ver si me haces un apaño de los tuyos”. “Por intentarlo que no quede”, responde Emilio. La señora ha venido al lugar adecuado.

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