Antes de ir al cine, después del cine, en un día lluvioso, un paseo de domingo, de pasada, como quien no quiere la cosa… Kuskulo siempre ha estado ahí, como el desvío caprichoso que se toma en la autopista para entrar a un pueblo y comer en ruta. Muchos planes que pasan por bajar al Centro o visitar la Parte Vieja terminan redirigiéndose a Kuskulo. Pero no solo es una parada técnica. Álvaro, de 40 años, resume, a su manera, la huella que deja la tienda de chucherías en varias generaciones de donostiarras: «En Kuskulo aprendí matemáticas de pequeño, haciendo malabares con la paga del fin de semana. Y como yo, todos mis amigos».
El domingo 10 de enero cierra la tienda de caramelos -así se anuncia en su letrero exterior- más famosa de la ciudad. Ubicada en los soportales del Boulevard desde mediados de los 80, su dueño se jubila y los cuatro empleados pasan a engrosar las listas del paro. Para Alberto, un cliente habitual, veterano, de «todos los días», la noticia es un chasco absoluto. «Veníamos a por todo, frutos secos, regalices, pipas… Al ser tan grande tiene cosas que en otros sitios más txikis no hay”, explica. “El producto es de calidad. Además, es verdad: tenemos gominolas de mucha variedad”, apunta un trabajador.
Durante la mañana de Reyes la tienda está semivacía. Da la sensación de que la cuenta atrás ha empezado, pero no es solo eso: muchas estanterías se han quedado tiritando con las compras navideñas. “Han arrasado con todo”, corroboran. Entra una señora, recorre el pasillo y vuelve al punto de partida. Mira a un lado y a otro. Efectivamente, no encuentra lo que busca. “¿Hay huevos Kinder?”, pregunta. “Solo queda uno”, responden desde el mostrador. “No me vale, necesito dos para mis nietos”. Señora, ¿adónde va a ir ahora que cierran la tienda? “Ah, ¿pero que cierran?”
Aunque la puerta principal está abierta, una nota pegada en el cristal, al lado del horario, casi imperceptible, señala el punto y final. “Este establecimiento cerrará el 10 de enero por jubilación”. Todo está más o menos igual que siempre, como si el tiempo se hubiera detenido hace 35 años. “Han cambiado pocas cosas. Hubo una reforma en la que pusieron los carteles de las paredes”, matizan en la tienda. Se refiere a los dibujos de los Simpson, Los Autos Locos, Snoopy y otros personajes animados que ya tienen unos cuantos años. Pertenecen a otro mundo lejano. Como Kuskulo.
Una serie de frases aclaratorias repartidas por la tienda le dan un toque peculiar y kitsch: “No mezclar los regalices con las gominolas en la misma bolsa, por favor. Gracias”. Mientras los niños abren sus regalos en casa, el goteo de clientes es lento pero continuo. Todos son adultos. Viejos conocidos, en su mayoría. Compran para ellos o para dárselo a otra persona, da lo mismo. Como han hecho toda la vida. ¿Vienes directamente a Kuskulo? “No, pero me viene de paso y he entrado”, resume una mujer. Kuskulo cierra y su pérdida se suma a la de otros establecimientos históricos de la zona como el bar Barandiarán o la pastelería Izar.
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