“¿Qué es más elevado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna o tomar las armas contra el piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas…?”, se preguntaba Hamlet tras su famoso “ser o no ser”. Su alter ego Amleth (Alexander Skarsgard) en ‘El hombre del Norte’, la última película del interesante director Robert Eggers (‘La bruja’, ‘El faro’) se enfrenta a las mismas dudas y casi a los mismos conflictos dramáticos que el personaje de William Shakespeare (padre asesinado por la codicia de su tío. Madre rehaciendo felizmente su vida con el homicida de su marido. Sed de venganza). Aunque en este filme, la Dinamarca del siglo XV es sustituida por los reinos vikingos del siglo X y la introspección filosófica con la que el príncipe encara la tragedia, por buenas dosis de testosterona. Más que un hombre de palabra (diálogos no hay muchos, la verdad), Amleth es un personaje eminentemente de acción. “Te vengaré, padre; te salvaré, madre” es el ‘mantra’ que se repite en la primera parte de este filme apabullantemente hermoso (y trabajado) a nivel visual, pero quizá falto de esa capacidad de apasionar que está reservada a las grandes películas de aventuras. Sobre todo si se compara con ‘Los vikingos’ (1958), esa maravillosa película de Richard Fleischer protagonizada por Kirk Douglas y Tony Curtis, y otras películas o de dibujos animados que alimentaron nuestra imaginación y nuestro respeto a la cultura de Odín y el Valhalla en nuestra infancia.
Eggers, de hecho, también parece tras la cámara uno de esos niños que soñaba con surcar los mares a bordo de una nave vikinga, deseoso por conocer su forma de vida, su particular relación con la naturaleza y su particular relación con la violencia. De hecho, gran parte de la aportación de esta película es precisamente ese sello de veracidad de lo que se está viendo, desde la textura de los tejidos del vestuario (magnífico, por cierto, como toda la dirección de arte) pasando por referencias históricas y el gran contacto comercial entre distintos países que existía vía marítima.
Dividida en distintos capítulos, ‘El hombre del Norte’ tiene más de melodrama que de epopeya pero deja, eso sí, momentos gloriosos en los que Robert Eggers demuestra su enorme talento. El primero un magnífico plano secuencia del asalto y asedio a un pueblo, todo un prodigio de planificación y coordinación de actores, figurantes y hasta aves dentro y fuera de campo y en el que Eggers reserva al espectador el papel de testigo, algo apartado y contrariado, de la brutalidad de la guerra. El otro momento excepcional es el que brinda la breve pero intensa, turbadora y enigmática aparición de la cantante y actriz islandesa Björk. Caracterizada como la hechicera Seeress, hay en estas escenas mucho de la belleza primitiva del Murnau de ‘Tabú’, pero también la estética de terror de corte fantástico de filmes como ‘El laberinto del fauno’, de Guillermo del Toro. Sin duda Seeress es en esta historia otro eco shakespeariano, entre el fantasma del padre de Hamlet y las brujas que marcan el descenso a los infiernos de Macbeth, adaptado, eso sí, a un mundo de particular y salvaje hermosura donde las leyes de la naturaleza no se corresponden con nuestro actual pensamiento cartesiano.
Es una de las escenas en las que Eggers juega con las luces y las tonalidades virando la escena a blanco y negro, reforzando ese halo fantástico y extrasensorial al que el filme aspira (aunque no logra del todo en otros momentos, quizá ridículos, como las escenas del ritual de iniciación, por ejemplo).
Si Björk es la sombra, el fantasma que abre los ojos a este particular Hamlet vikingo, Olga (Anya Taylor-Joy, que repite con Eggers tras ‘La bruja’) es una particular Ofelia que cambia su locura por clarividencia y que es capaz de llevar a cualquiera, cuan valkiria con aparato dental, al mismísimo Valhalla.
En ‘El hombre del Norte’ cada plano está pensado al detalle, cada detalle tiene un significado. Es antes una película de autor que un filme comercial, pero también la constatación de que ambos planteamientos del cine, aparentemente antagonistas, pueden compatibilizarse. Es un filme de textura telúrica y corte existencial disfrazado de género de aventuras que no llega a emocionar, pero que tampoco cae en el aburrimiento.
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