Los que van de colegas, los paternalistas, los campechanos que alternan con la plantilla en la cafetería y se echan un baile en la cena de Navidad; los mezquinos, los maquiavélicos, los que piensan que sus empleados son escoria y los tratan como a delincuentes; los que van de graciosos, los que se las dan de cultos e inteligentes, los que despiden a sus trabajadores y se autoconvencen de que el mal rato lo pasan ellos; los tiranos, los inmorales; los que no dan ni chapa, los inútiles, los que dan la mano como un obispo en fechas señaladas, los vanidosos, los que acosan… Parece que Javier Bardem los conoce a todos y ha construido con todos ellos un collage en el que los rasgos más característicos de cada cual brillan al unísono en una de sus creaciones actorales más espectaculares, de nuevo al servicio de Fernando León de Aranoa, en ‘El buen patrón’.
La combativa reacción de un trabajador al ser despedido acampando a la entrada de Básculas Blanco como medida de protesta va a poner en jaque a la dirección de la fábrica, que espera la próxima visita de la comisión encargada de otorgar el premio anual a la excelencia empresarial del que, por supuesto, Básculas Blanco es finalista. El sueño por conquistar ese nuevo galardón y una serie de coincidencias que, indirectamente, ponen en peligro la producción y el trabajo en la factoría harán que este empresario, el paradigma del aparente ‘buenismo’ (agradable, simpaticote, siempre con una sonrisa) intente ‘salvar’ como sea la situación. Por el camino, irá demostrando la calaña de la que está hecho, precipitando, claro está, unos hechos en los que… ¿alguien tiene alguna duda de que saldrá airoso? Porque ese tipo de personajes son de los que siempre caen de pie. La grandeza de la película de León de Aranoa es que, como espectadores, prefiramos ser el despedido que, pese a haberlo perdido todo, conserva una dignidad que Julio Blanco nunca tendrá por muchos premios que coleccione.
Diálogos ingeniosos (Fernando Albizu con sus rimas asonantes está que se sale, como también todos los actores de reparto), situaciones bien planteadas… Esta producción es un ejemplo de película que se apoya, más que en la parte visual, en los actores y en un guión, en general, muy bien desarrollado, tanto que incluso se olvidan los titubeos narrativos iniciales y que cueste entender el servilismo casi feudal del personaje de Fortuna o el tópico y típico enamoramiento de la becaria con el jefe.
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