(EFE). El bilbaíno Fernando Prado, misionero claretiano y hasta ahora director de Publicaciones Claretianas y profesor de Teología, ha sido nombrado obispo de San Sebastián, ocho meses después de la marcha del anterior prelado, Juan Ignacio Munilla.
La diócesis de San Sebastián, sin obispo desde que Munilla fue nombrado obispo de Orihuela-Alicante, ha estado administrada durante esos ocho meses por Francisco Pérez González, arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela.
Nacido en la capital vizcaína hace 53 años y licenciado en Periodismo por la Universidad del País Vasco (1993), Prado hizo sus estudios eclesiásticos en Deusto, fue ordenado sacerdote en 2000 y, desde 2002, ha prestando servicios en Madrid, donde se ha encargado de dirigir, a partir de 2003, la editorial de la orden a la que pertenece, además de impartir clases.
Saludo del nuevo Obispo
En el día en que se hace público mi nombramiento como obispo de San Sebastián,
deseo, antes que nada, enviaros un afectuoso saludo a todos y cada uno de vosotros y a todas
y cada una de vuestras familias. Quisiera que sintierais desde el primer momento el calor y
la cercanía de quien pronto va a ser vuestro nuevo hermano obispo. Un saludo expreso
también a todas y a cada una de las parroquias y comunidades cristianas de la diócesis.
Saludo a los sacerdotes, a los seminaristas, a las comunidades de religiosos y religiosas, a
todas las personas consagradas, a los laicos y laicas, asociados y no asociados, que formamos
juntos este santo pueblo fiel de Dios. No quisiera dejar de saludar a tantos ciudadanos y
ciudadanas de bien, a tanta gente sencilla y de buena voluntad que enriquece nuestra
sociedad. Saludo en especial a tantas personas que viven comprometidas con el bien común
de nuestro pueblo, desde diversas instancias civiles, políticas, económicas, laborales,
educativas y culturales a lo largo y ancho de toda la provincia de Gipuzkoa. Merecen todo
mi reconocimiento y el de toda la Iglesia.
El pasado 17 de octubre, el Nuncio de su Santidad me comunicó la decisión del Papa
Francisco de nombrarme obispo de esta querida diócesis de San Sebastián, a la vez que pedía
mi consentimiento. Tardé unas horas en contestar. Enseguida me vinieron unas palabras del
propio Francisco en una reciente catequesis sobre el ‘discernimiento’ que decía así:
“Recuerda que las elecciones que hagas tendrán una consecuencia, para ti, para los demás
y para el mundo; puedes hacer de la tierra un magnífico jardín o puedes convertirla en un
desierto de muerte”. Después de orar un buen rato, unas horas más tarde, con no poca
sensación de vértigo, pero lleno de confianza, envié la preceptiva carta de aceptación al Santo
Padre, mostrándole mi plena comunión con él y con la Iglesia universal. En la misma carta,
le indicaba que me abrumaba la inmerecida confianza que ponía en mí para este servicio.
Me siento muy limitado y pequeño ante esta importante responsabilidad que se me
encomienda, pero me pongo con absoluta confianza en las manos de Dios, que buscará la
forma de hacer su camino. En definitiva, confío en que Él es el más interesado en llevar su
plan adelante. El Señor cuenta con todos nosotros en la misión de anunciar el Evangelio,
también con este nuevo pastor diocesano. Confio en que su gracia me ayudará a superar
muchas de mis limitaciones, a la vez que confío también en vosotros, en vuestra oración, así
como en vuestra ayuda y colaboración comprometida. No podemos entender la vida cristiana
ni la misión de la Iglesia sin el resto de hermanos y hermanas que formamos el pueblo de
Dios. La comunión real y la cercanía afectiva entre todos es un camino que tenemos que
recorrer juntos. Un camino espiritual —como decía san Juan Pablo II—, que hemos de hacer
vida para hacer creíble el Evangelio que queremos predicar.
En esta diócesis fui ordenado y di mis primeros pasos sacerdotales hace ya más de
20 años. Pasado el tiempo, en ese gran misterio de las mediaciones, el Señor ha querido que
vuelva al amor primero, al lugar donde comencé mi ministerio como joven misionero
claretiano. Eso sí, ahora desde una nueva clave misionera como pastor diocesano. La Iglesia
me pide este nuevo servicio que asumo con respeto y también con el gozo confiado de saber
que el Señor camina con nosotros. Estos son los maravillosos tiempos que nos toca vivir.
Tiempos llenos de exigentes desafíos para la Iglesia y de no pocas dificultades, como bien
sabemos. Confiamos siempre en la mano de Dios, que guía la historia. Él nos irá indicando
el camino y nos confortará en medio de toda dificultad.
La Iglesia de Gipuzkoa desde hace años quiere ser una Iglesia al servicio del
Evangelio. El Concilio Vaticano II, del que estamos celebrando el 60 aniversario de su
apertura, sigue siendo hoy la brújula que nos invita a navegar en esa dirección. Ciertamente,
la misión de dar a conocer a todos el amor de Dios y la salvación que se nos ofrece en Cristo
es y será siempre nuestra razón de ser. Eso sí, bien sabemos que no ayudaremos al Señor en
esa misión sin el testimonio de una vida evangélica real que sostenga lo que dicen nuestras
palabras. Este camino del testimonio es el que creo que hoy se espera de nosotros como
comunidad cristiana.
Iniciaré pronto mi ministerio engarzado en una rica tradición y en una Iglesia viva
que busca responder hoy a los desafíos de la misión. Caminamos a hombros de gigantes. El
testimonio de muchos cristianos sencillos, de sacerdotes venerables y de mis predecesores
en la sede episcopal, no puede ser menos que reconocido y agradecido expresamente en estos
momentos iniciales en que saludo a la diócesis. ¿Cómo no recordar el largo y fecundo
ministerio de monseñor José María Setién, en el que tanto nos instruyó con sus
enseñanzas?¿Cómo no recordar la cordial cercanía y la sabiduría creyente de monseñor Juan
Mari Uriarte? ¿Cómo no valorar la elocuencia de monseñor Munilla que llenó tantos
espacios en la diócesis y también fuera de ella con sus innumerables catequesis y su
presencia virtual? Muchas gracias, pues, a quienes han sido mis predecesores. También
gracias a D. Francisco, administrador apostólico de la diócesis, por facilitar tanto las cosas,
por su afectuosa acogida para conmigo y por la consabida cercanía y delicado cuidado que
ha mostrado a la diócesis durante todos estos meses.
No solo tenemos una gloriosa historia que contar, sino un gran futuro por construir.
Nos aventuramos, pues, en la tarea. Pongo esta nueva encomienda y este nuevo tiempo que
se abre para todos nosotros bajo el amparo de la Virgen María. Ella, como figura y modelo
de la Iglesia nos enseña el camino. María es fundamentalmente y antes que nada, una Madre.
Y eso es lo que nos enseña: que la Iglesia ha de ser para todos como una Madre. Nunca una
madrastra. Una madre con un corazón sensible y atento a las necesidades de todos sus hijos,
especialmente de aquellos que más lo necesitan. Pido al Señor, pues, para mí y para toda la
diócesis el amparo de la Amatxo de Arantzazu. Igualmente, encomiendo mi ministerio
episcopal al patrono de la diócesis, San Ignacio de Loiola.
Con estos horizontes me preparo ahora para iniciar pronto este ministerio entre
vosotros. Tiempo habrá de conocernos más. Espero, de corazón, que la noticia de que la
diócesis de San Sebastián tiene un nuevo obispo llegue a todos los rincones y que os colme
de una verdadera alegría: la alegría del Evangelio. Toda ayuda y contraste será siempre
bienvenido. Agradezco vuestras oraciones, para que sea un pastor misionero según el
corazón de Cristo. Os aseguro también mi cercanía y mi oración por todos y cada uno de
vosotros. Con sincero afecto y cordial cercanía, os envío mi bendición.
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