Los grupos del Ayuntamiento donostiarra estudian estos días los términos de una declaración institucional tendente a reconocer «el sufrimiento» de una familia residente en Zubieta y a abrir cauces «para que se recupere la convivencia» en el citado barrio. El vecino protagonista de esta historia, que vive con su mujer y sus dos hijos menores, explica su postura: «Llegado este punto solo me queda hacerlo público«, afirma.
Lo que empezó siendo un conflicto vecinal se transformó, según la versión de este hombre, empleado municipal de Donostia, en un caso de «acoso». Y para apoyar lo dicho muestra fotografías e informes.
No quiere responsabilizar de la situación que sufre su familia a la vecindad de Zubieta, sino a «una veintena de personas» con suficiente influencia como para que otros vecinos les llamen por teléfono y les digan: «Es preferible que no nos vean con vosotros».
«Vas paseando, pasa un coche, asoma alguien la cabeza y te grita hijo de puta. Pero peores son las pancartas y los desperfectos en el coche». Y la tensión que supone evitar que los niños vean las pintadas en el parque de los columpios. O los golpes en la puerta. «Como en su día nos quemaron la parte exterior de la valla se te pasan cosas por la cabeza de lo que puede llegar a ocurrir», añade.
«Es durísimo. En un mes me dejaron de saludar personas que antes lo hacían y me enteré de que circulaban mensajes de whatsapp sobre nosotros». También apareció una página de Facebook con una foto de la casa en primera línea… y se llegaron a celebrar concentraciones semanales ante la vivienda invitando a la familia a marcharse. De todo hay constancia y de ello se habla en el Consistorio donostiarra en encuentros con los grupos municipales.
Seis años han pasado desde que comenzó el problema. ¿El origen?, el conflicto con una sociedad gastronómica que estaba pegada a la vivienda que compró esta familia en 2015, casa que según parece ya habría sido objeto de interés por parte de otras personas. Y el exceso de ruido, que fue confirmado por la Guardia Municipal después de varios meses de conversaciones con los miembros de la sociedad sin que hubiera acuerdo para insonorizar el local, que al parecer tampoco cumplía otros requisitos legales. «Mi mujer se hizo socia al llegar porque nos venía muy bien», explica el protagonista, remontándose a otros tiempos y al espíritu que guiaba a su familia cuando se mudó al barrio.
«En la sociedad nos dieron la razón cuando hablamos con ellos, pero pasaron los meses y no hacían nada». Después, tras la intervención de la Guardia municipal para medir el ruido, comenzaron los problemas. La familia lo tiene claro: «Nos dicen los psicólogos que el acoso se origina cuando tras una primera actuación no hay respuesta. Y nosotros no respondimos porque no queríamos conflictos».
La desavenencia, cuyo desarrollo podría sufrir la intervención del Consistorio (el protagonista se ha reunido con el grupo popular y con Elkarrekin Donostia y ya habló con la portavoz de EH Bildu Reyes Carrere), se debería haber zanjado con una red que se colocó para resolver el problema del frontón (también eso generaba discusiones), y principalmente con el cambio de ubicación de la sociedad hace ya tiempo. «Sin embargo no terminó el odio», afirma el vecino, quien se reconoce «agotado», y que recuerda que en el pedregoso camino de estos seis años incluso el Ayuntamiento de Usurbil propició un servicio de mediación «que no sirvió para nada».
La iniciativa de lograr una declaración institucional del Consistorio donostiarra ha sido de los compañeros de trabajo del protagonista, empleados municipales como él. «Entendemos que tal situación, además del daño a esta familia (con dos hijos de 14 y 12 años que llevan desde 2015 viviendo así), está causando un gran deterioro en el propio desarrollo social de Zubieta. Se están normalizando comportamientos y situaciones que nada tienen que ver con una convivencia vecinal adecuada», afirman.
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