Como en la célebre canción del cantautor extremeño Pablo Guerrero, la noche del 29 de diciembre llovía a cántaros en San Sebastián. En unas condiciones climatológicas muy adversas, propias de un invierno norteño, un coche patrulla de la Ertzaintza atravesó el túnel de Egia, subió la empinada rampa descubierta y, en lugar de girar a la izquierda e incorporarse a la carretera para dirigirse al centro de la ciudad, se estampó contra la barandilla del puente de María Cristina. El vehículo cayó al río Urumea con los dos agentes en su interior. El conductor, Iñigo Echarri Álvarez, más conocido como “Tiri”, de 47 años, murió ahogado mientras que su compañero, un treintañero en prácticas, pudo escapar con vida. Eran aproximadamente las 3:30 horas, ya del miércoles día 30.
Según los investigadores, el agente que conducía el vehículo trató de salir del coche disparando contra los cristales. Y ya. Oficialmente no hay nada más. La Guardia Municipal de Donostia, que dirige el caso con la colaboración de la Ertzaintza, se cierra en banda y no ha aportado información. Por su parte, sus compañeros en la comisaria del Antiguo guardan silencio, aún consternados ante el fatal desenlace. Pese a unos y otros el tema sigue en la calle entre rumores y, quizá, también filtraciones.
El pasado 9 de marzo, el grupo municipal de EH Bildu se interesó sobre este tema y presentó una interpelación en el Ayuntamiento en el que, entre otras cosas, se hacía la siguiente pregunta: “¿Considera normal el Gobierno municipal que, después de tres meses, ni los grupos de la corporación ni la ciudadanía donostiarra sepamos nada sobre este hecho?”.
César San Juan es profesor titular del departamento de Psicología Social de la UPV y también ostenta el cargo de subdirector del Instituto Vasco de Criminología. A su juicio el caso “debiera estar resuelto” y se muestra “bastante estupefacto” ante una investigación que se está demorando en el tiempo y que se desarrolla con “extrema opacidad”. “Hablan del análisis de la caja negra del vehículo, pero no es comprensible que se tarden meses para llevar a cabo dicho análisis”, argumenta.
¿Los pasos que se están dando son los habituales para esclarecer este tipo de accidentes?, ¿todo esto es normal? “Se está haciendo, o se ha hecho, lo que hay que hacer”, responde San Juan. “Es decir, la reconstrucción del accidente, el análisis de la caja negra que portan los vehículos policiales, el testimonio del superviviente y el análisis balístico de los disparos que se produjeron dentro del vehículo. En definitiva, lo inquietante no es la calidad de la investigación, que se está desarrollando muy diligentemente, sino la lentitud en presentar sus resultados”.
A unos metros del obelisco y saliendo de la boca del túnel a la derecha se encuentra la churrería Donostia. Su dueño, Óscar Simón, de 45 años, tiene casi enfrente una valla provisional, una cinta amarilla desgastada donde se lee que no se puede pasar y algunas flores en recuerdo a la víctima. Las cicatrices del accidente que removió una ciudad entera están a la vista. Recuerda perfectamente los días posteriores al accidente. No se hablaba de otra cosa en Donostia. Sus preguntas son las que se ha hecho todo el mundo alguna vez, entre la incredulidad y el asombro. ¿A cuánta velocidad iban? ¿Qué ha pasado exactamente? ¿Cómo es que el conductor no pudo salir por el mismo lugar que su compañero?
El pasado 5 de enero, el director de la Ertzaintza, Rodrigo García, dijo en Radio Euskadi que el agente que salvó la vida estaba en “estado de shock” y que, debido a su “confusión”, no había podido recomponer las piezas de lo sucedido. “Sería esperable”, prosigue César San Juan, “que con el tiempo, los fragmentos de memoria se fueran ensamblando y, siquiera parcialmente, pudiera ofrecer alguna información de lo ocurrido”.
Miembros cercanos a la familia del ertzaina fallecido aseguran que éste sufrió un ictus al volante, lo que sumado a un tiempo atroz y a la poca visibilidad explicarían una conducción errática y que el coche no pudiera incorporarse a la calzada principal. Según estas mismas fuentes el agente vivía con su madre en el barrio de Egia. «La familia se encuentra destrozada”, subrayan.
Tras el silencio administrativo decretado por los investigadores, y con escasa información oficial en la mano, el profesor de la UPV lanza su conclusión final. “Parece que solo hay dos posibilidades: que realmente la investigación no haya dado ningún fruto y que, de momento, no se conocen las circunstancias de lo ocurrido en el interior del vehículo en el momento que acelera fatídicamente, rompe el muro y se precipita al río. O bien, que la investigación ofrece ya alguna respuesta pero que resulta difícil de gestionar de cara a la opinión pública. Cualquier opción es intrigante”, advierte.
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