“¿Todos sabemos cuál es la situación, no?” Iñigo Benito, uno de los miembros que forman parte de la asociación cultural Azpi, un espacio recuperado en la calle Mundaiz número 14, se sienta en una larga mesa de trabajo y empieza a desarrollar su visión, compartida por el colectivo artístico. “Nadie quiere enfrentarse al problema desde la raíz. Es lo de siempre. Es algo que nos afecta a todos, pero no tenemos la posibilidad o la decisión de tomar medidas al respecto. A veces, puntualmente, te tocar estar en medio. En nuestro caso ellos son nuestros vecinos. Y ves que sus malas condiciones de vida son reales. Reaccionamos como sociedad cuando se producen actos violentos o cuando se toman medidas policiales, pero ellos siguen con sus vidas y nosotros con las nuestras. ¿Qué es lo que hacemos con esto?”.
En la trasera de este edificio de Mundaiz, Benito cuenta que la policía “desalojó a 65 personas” que ocupaban un espacio en ruinas y abandonado a su suerte, enfrente de las vías del tren. “No hablamos de un solo perfil ciudadano», recuerda, y además de un grupo de jóvenes cita a niños, mujeres y familias enteras. “Es un colectivo plural”, subraya Benito. “Hay un gran desnivel entre los titulares y las acciones puntuales y la realidad del día a día que sufre este grupo de gente. Nuestro trabajo como sociedad, y lo que en realidad debería redondear esta historia, sería que conociéramos de primera mano cuál es la realidad de estas personas”.
Atravesando un callejón entre el edificio de la escuela de idiomas Lacunza y la esquina del coworking de Azpi se llega a un lugar dantesco. Un manto de escombros y restos de basura de todo tipo -bidones, comida, ropa- se acumulan dentro y fuera de sus paredes. Las dos plantas de la vivienda están en descomposición absoluta. Las vías de tren, a un paso. No hay agua, luz, ni mucho menos calefacción. La mugre impide ver el suelo. Las pintadas han carcomido los muros que quedan en pie. La lluvia y el viento llegan a casi todas sus estancias, algunas de ellas de difícil acceso, en un espacio oscuro y laberíntico que se comunica a través de boquetes en sus paredes. Pero, ¿realmente aquí vive alguien? En Azpi no se atreven a dar con un número preciso, pero aseguran que los migrantes que aún quedan en la zona pasan el día fuera y vuelven ya por la noche.
A las trece horas hay poco movimiento en el paseo Duque de Mandas. El día no acompaña y los paseantes, pocos, apuran las compras de la mañana. Después de que el bar Kaioa lanzara a principios de noviembre un grito de socorro por el «insoportable» clima de inseguridad, algunas cosas han cambiado y otras no. Las noches siguen siendo hostiles, aseguran las personas consultadas. La cacerolada de los vecinos, cansados por el deterioro de la convivencia, se desinfló con el transcurso de los días; ya nadie protesta.
Una patrulla de la Ertzaintza, apostada en una esquina de Tabakalera, debajo del letrero de las oficinas de 2deo, observa el panorama. «Antes no estaba todos los días ahí», apuntan dos señores que entran al bar Los Riojanos. Para la tienda de alimentos pegado al kebap del barrio, la presencia policial es necesaria y han ganado en tranquilidad. “La situación se ha calmado un poco”, explica Susana Sánchez, que realiza el turno de mañana entre las 8 y las 15 horas en el badulaque. Hay veces en los que le siguen “robando fruta”, afirma, pero lo cuenta con una naturalidad pasmosa, como si fuera algo inevitable. “Son unos chicos muy listos”, dice mientras se encoge de hombros.
Los puntos más conflictivos, según los comerciantes de la zona, están acotados entre el supermercado Todo Todo, a la altura de la torre de Atotxa, y las dos plazas de los alrededores, la del antiguo campo de Fútbol y la plaza Blas de Otero, también conocida como la del Portaviones o Kandinski. A Rosa González, encargada de Distribuciones Cosméticas Guipuzcoanas, al otro lado de la calle, le pilla lejos. Se enteró de la oleada de robos y actos vandálicos “por la prensa”. “Y eso que estoy metida en un grupo de WhatsApp de comerciantes de Egia. No me había enterado hasta que lo vi en ETB”, dice. Cree que en su caso la cercanía con el Palacio de Justicia puede disuadir a los infractores, extremo con el que están de acuerdo en la óptica Ikusgune del número 7. El pasado jueves 18 de noviembre, una de las vendedoras fue testigo de una una pelea entre dos jóvenes en la plaza Hirutxulo. Desde entonces, no tienen conocimiento de más altercados.
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