Quien se acerque a Egiako Kultur Etxea podrá disfrutar hasta el 31 de marzo de preciosas fotos de la vida íntima de la avifauna. Es la muestra itinerante ’30 años con cajas-nido’, organizada por el colectivo Parkea Bizirik Kukulunbera y Donostia Kultura. Son fotos procedentes de cajas colgadas en parques urbanos donostiarras como Cristina Enea o Ametzagaina, pero también otras zonas forestales cercanas de Astigarraga, Errenteria o el Parque Natural de Aiako Harria. El espectador sentirá además, como música de fondo, el acompañamiento de los trinos de varios de los protagonistas de los retratos, como los carboneros, herrerillos o agateadores.
Será un placer estético, pero la muestra va mucho más allá de meras imágenes bonitas. Es en realidad el retrato del esfuerzo llevado a cabo entre otros por Joseba Gurutz de Vicente, el alma máter de la exposición y autor de la mayoría de las fotos, que cumple tres décadas habilitando nidos alternativos para la fauna alada (primero por su cuenta, luego con Haritzalde, en los últimos años con Parkea Bizirik). Y este trabajo altruista ha servido para que salgan adelante (los tiene contados) 2.448 pollos de aves silvestres desde que recopila datos, allá por 1990.
2.448 pollos. Es difícil encontrar resultados tan abrumadores en este ámbito y logrados con una labor desarrollada granito a granito en un entorno tan reducido. Y todo desde el voluntariado, destaca, porque evidentemente muchas personas han colaborado con él en estas tres décadas, e «independientemente de su idología, de su procedencia», porque la gente es variopinta», «todos quieren repetir».
Siempre hacen falta manos. Quien no siga el tema habitualmente podría no darse cuenta del trabajo que conllevan las cajas-nido: no se trata de colocarlas e irse. «Implica construirlas, pintarlas, colgarlas, inspeccionarlas cinco veces al año…», enumera Joseba. Esto significa que, según sus cálculos, suma en total la increíble cifra de 7.345 inspecciones en estas ya más de tres décadas. Y a menudo también hay que limpiarlas de restos, como musgo o lana vegetal que llevan allí los pájaros. Si no se hace esto último, pueden criar allí parásitos como pulgas y piojos que debiliten a los futuros polluelos e incluso contribuyan a matarlos.
Cita además una pregunta que le suelen hacer algunos neófitos, por ejemplo en la presentación de esta muestra: con tanto esfuerzo a favor de las aves, ¿no se consigue que haya más población de la que corresponde? Esto no es así, aclara Joseba, porque las cajas-nido benefician sobre todo a las «especies trogloditas», es decir las que nidifican en agujeros habitualmente de árboles viejos, de esos de los que «apenas hay» hoy en día.
A falta de estos, se ha encontrado con pájaros que, por necesidad, tratan de hacer el nido incluso en los taludes de las carreteras, expuestos a muchos más peligros porque son más accesibles para sus depredadores o los puede inundar la lluvia. Como símbolo y para concienciar, en la exposición también hay un tronco de cerezo añejo con gran agujero, procedente de Ametzagaina.
Y el bosque, en realidad el mundo en sí y el propio ser humano agradecen sin saberlo estas pequeñas contribuciones. Porque los habitantes de las cajas-nido son «ambulatorios con ruedas para el bosque», define Joseba. Esto es así porque, en una rueda interminable, muchas especies de pájaros se alimentan de larvas y otros invertebrados perjudiciales para los árboles, y en el caso de las rapaces nocturnas (también hay cajas por ejemplo para cárabos, un tipo de búho) comen sobre todo roedores.
Por lo tanto, las aves hospedadas en estas pequeñas casas frenan las plagas (que también afectan a los cultivos humanos), y mejora la salud del bosque, lo que a su vez ayuda a mitigar el efecto invernadero… Es el giro que no cesa.
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