No hay otro belén igual en Donostia. Compuesto por un total de 150 figuras de un metro de altura, desde hace más de 60 años campan a sus anchas en la plaza de Gipuzkoa durante un mes entero y se convierte en una cita ineludible de la Navidad. Un clásico que ha trascendido regímenes políticos, modas y gustos, y que atrae a niños, adultos -creyentes o no- y, por qué no, también a amantes de lo creepy y la iconografía kitsch. Después del día de Reyes el belén desaparece de la plaza como por arte de magia y vuelve a colocarse en el mismo lugar, restaurado y adecentado, 11 meses después. Normalmente, no se menciona su paradero ni se sabe qué ocurre exactamente con las piezas el resto del año, ni se tiene información de quiénes son los que las cuidan y tratan como es debido.
Durante la mayor parte del tiempo las figuritas -que también incluye frutas de colores, cestas de comida, ángeles, soldados y animales, entre otras muchas representaciones alegóricas- se almacenan en la trasera del edificio Enertic del Paseo de Ubarburu de Martutene.
Un amplio garaje de dos plantas es el espacio que dispone la Asociación de Belenistas de Gipuzkoa para la custodia de este numeroso belén que convive junto con los dioramas o pequeñas escenas religiosas vistas a través de una ventana. Estas mujeres y hombres, la mayoría en edad de jubilación, exhiben su trabajo con orgullo y no cobran un euro por su labor de reparación y mantenimiento. En el barrio de Loiola, por su parte, los belenistas cuentan con un taller que está abierto todos los días del año.
“La asociación no para nunca. Cada uno dispone de su llave y viene cuando quiere”, explica la presidenta de la asociación, María Castillo, rodeada de decenas de figuras de madera que parecen formar parte de una variopinta manifestación. “Como siempre los trabajos más finos los hacemos las mujeres”, dice, lo que incluye, entre otros, tareas de costura, pintura y modelado. Tras el comentario una voz masculina salta como un resorte. “¡Entre comillas!”, se oye al fondo. Son Pedro y José Antonio, que están restaurando las articulaciones de una de las figuras con la delicadeza de unos artesanos. “Ellos son los que prácticamente se encargan de todo el Belén”, resuelve con elegancia María. “Muchas veces vienen con los pies rotos, suele ser lo más habitual”, cuentan los hombres mientras se esfuerzan en su labor.
La pandemia contribuyó a que las pasadas Navidades fueran las más tranquilas en muchos años. De todas las figuras, solo una sufre aún las consecuencias de haber estado expuesta debajo de un árbol donde los pájaros acostumbraban a depositar sus excrementos. Según explican, coincidiendo con la celebración de Santo Tomás han solido aflorar las gamberradas. El año pasado se suspendió la popular celebración regada de litros de sidra y el belén de la plaza de Gipuzkoa lo agradeció. La lista de agravios es amplia: desde capas de reyes que desaparecen, hasta la decapitación del mismo Herodes. Hubo una vez en que el Olentzero acabó en el río. En otra ocasión, los cerdos aparecieron en otro municipio.
En una ocasión un grupo de animalistas expresó su malestar pintando las figuras en señal de protesta. “¡Pero si son de madera!”, afirma rotunda Begoña Lamy, tesorera de la asociación. “Son gamberradas que acaban fastidiando. Estamos todo el año trabajando para dejarlo txukuna y, de repente, pintan a los muñecos. Solo pedimos un mínimo de respeto a una tradición que lleva mucho tiempo y que lo hacemos para que niños y mayores puedan disfrutar del belén”, añade.
Para evitar sustracciones cosen los vestidos y trajes pieza a pieza, también las txapelas que se pegan a las cabezas de los baserritarras. Este año tienen la ilusión por las nubes. El belén ha superado con éxito la prueba de fuego de la pandemia. Las blusas y toquillas, de las que se ha encargado Lorena, que anda por ahí, “están a estrenar”. 20 figuras van a ser renovadas de arriba abajo de la mano de una socia modista que suelta su imaginación con cortes académicos. Además, están pintando las piezas de frutas y animales para devolverles el brillo perdido.
“Estamos haciendo cosas que otros años no hacíamos. Va a ser muy especial. Estoy segura de que le daremos un nuevo aire”, afirma Begoña con la mirada puesta en el próximo belén 2021-22, que coincide con el 75 aniversario de la Asociación de Belenistas de Gipuzkoa.
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