Decía Frank Capra (1897-1991), el director de míticos filmes como ‘Vive como quieras’, ‘Caballero sin espada’ o ‘Qué bello es vivir’, que el éxito no llegaba para un cineasta hasta que su nombre figuraba delante del título de su película. Con más de 60 años de carrera cinematográfica a uno y otro lado del Telón de Acero, Andréi Konchalovsky (Moscú, 1937) se ha más que ganado ese derecho en ‘Queridos camaradas’, su última película, Premio Especial del Jurado en el pasado Festival de Venecia, una recreación escrupulosamente detallada de uno los momentos más oscuros y silenciados de la historia de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS): la sangrienta represión de una huelga laboral en la localidad caucásica de Novocherkash en el año 1962.
Un año antes de este suceso histórico silenciado hasta los años 90, Konchalovsky había rodado su primer cortometraje, ‘El niño y la paloma’, y Frank Capra, que había pasado más de una década en la lista negra del Comité de Actividades Antiamericanas, rodó su última película, ‘Un gánster para un milagro’, con Bette Davis y Glenn Ford. Tras la Segunda Contienda Mundial (1939-1945), el mundo estaba sumido en una invisible Guerra Fría en la que la URSS, con Nikita Jrushchov (1994-1971) a la cabeza, y los Estados Unidos, con John Fitzgerald Kennedy (1917-1963) como 35º presidente, se disputaban el liderazgo (y el convencimiento ideológico) internacional. En esa hermética URSS triste y en blanco y negro que siempre se imaginó desde Occidente y que ‘resucita’ Konchalovsky en ‘Queridos camaradas’ no es casual, por tanto, que el nombre de Kennedy, el máximo exponente de los derechos civiles en los Estados Unidos del siglo XX, aparezca como una referencia lejana, casi adormecida, en una realidad ajena a cualquier equidad.
Como en muchas películas de Capra, que se servía de los personajes más sencillos (una familia de ‘chalados’ de lo más anárquica pero tremendamente creativa; un inocentón, político de pueblo, al que en Washington DC esperan manejar como a un pelele, el buen hombre al que la codicia de un millonario desalmado y la desaparición de una gran suma de dinero aboca al suicidio) para poner el foco en los fallos e injusticias del ‘American Way of Life’, Konchalovsky elige también a una madre que busca a su hija desaparecida durante la represión de una huelga laboral como excusa para radiografiar, sin compasión y sin nostalgias, la vida en la Unión Soviética.
Con una destacadísima y descarnada fotografía firmada por Andrey Naidenov, Konchalovsky sumerge al espectador en ese amargo mundo sin sonrisas donde el Estado obliga a no hablar sobre determinados temas, donde se acumulan muchas decepciones (hambre incluso) y cualquier tiempo pasado parece mejor. ‘Queridos camaradas’ no es una película fácil. Arranca lentamente, quizá demasiado, con un preámbulo contextualizador casi teatral en el que se muestra cómo era la vida en la Unión Soviética, tanto si se pertenecía a una pequeña élite política local como si había que hacer una infructuosa cola para adquirir los productos más básicos. No es una película fácil, pero si un filme con momentos brillantísimos, como la escena del tiroteo al pueblo manifestándose filmada desde la ventana de una peluquería, por ejemplo.
Pocos directores que no sean de la talla de Konchalovsky podrían rodar esa secuencia de una forma tan estática y a la vez, tan dinámica; con una ausencia total de dramatismo y, a la vez, de forma tan emotiva y visceral. Es increíble cómo a sus 84 años el autor de ‘Siberiada’ (1979), las hollywoodienses ‘Runaway train’ (1985) y ‘Tango y Cash’ (1985) o Paraíso (2016) infunde a ésta y otras muchas escenas un brío y una modernidad tan intensas. Y eso que ‘Queridos camaradas’ tiene mucho de homenaje a ese formalismo ruso en el que los elementos superfluos (esos encuadres intencionados) tienen tanta importancia o más que la propia historia, de tributo lleno de admiración a ese cine de los años 60 que recrea la propia película. Este ‘revival’ estilístico del que en otros directores saldrían ‘escaldados’ se convierte por obra y gracia de Konchalovsky en una forma de dar textura a un filme ya de por sí magníficamente ambientado a través de una buena dirección de arte y un muy estudiado (y trabajado) vestuario.
Pero más allá de lo formal, ‘Queridos camaradas’ es el viaje emocional e ideológico (sólo de ida) de Lyudmila (maravillosa Yuliya Vysotskaya), ferviente miembro del Partido y aún más ferviente admiradora de Stalin (1878-1953) que tras la desaparición de su hija verá rota su fe en la Unión Soviética, en el Partido y en todo en lo que creía. Otra de las grandes escenas del filme, sin duda, es cuando, de repente, comienza a rezar porque, “esto”, dice, “ya no lo puede arreglar ni Stalin”.
Muchos han querido ver en el personaje de Lyudmila ese revisionismo que blanquea y ensalza el legado y la trayectoria de Stalin que tanto fomenta en la actualidad Putin. Tal vez sin el contrapunto del personaje del padre de Lyudmila (impecable Sergei Erlish),T ese hombre derrotado que ya no tiene miedo y que proclama orgulloso un pasado presoviético, podría parecerlo. Pero ‘Queridos camaradas’ mira mucho más allá. No es sólo una crítica al período Jrushchov, de la misma forma que el ‘Tío Sam’ al que, de una u otra manera, siempre hacían referencia las películas de Capra, era mucho más que el llamado ‘sueño americano’.
Quizá un cineasta que ha sufrido la censura en su propio país, como el propio Konchalovsky, que ha logrado simultanear su longeva carrera cinematográfica en Estados Unidos y en Rusia, esté por encima de cualquier intento de ‘encapsulamiento’ ideológico. Porque en el fondo, lo que queda tras ver ‘Queridos camaradas’ (un filme que va ganando escena tras escena) es esa bonita metáfora de libertad de unos niños, a lo lejos, jugando y montando a caballo en el río y una secuencia final en la azotea que… ¿es locura o es realidad? Para Frank Capra, sin duda, sería real.
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