El donostiarra Alex Soto ha retornado hace pocos días de la frontera de Ucrania. Junto a otros ciudadanos de a pie más que se le unieron, ha completado con éxito la aventura solidaria que se propuso. De ida, han podido desplazar allí cuatro toneladas de material útil para las víctimas de la invasión rusa. Y, de vuelta, han podido traer a territorio seguro a nueve refugiados ucranianos: madres, abuelas, niños y un chico de 17 años que, por los pelos (por no llegar a la mayoría de edad), no ha tenido que quedarse a defender el país.
Han pasado unos días ya, pero Alex ha vuelto “un poco ‘volao’, la verdad”. Allí ves “lo que ves en la tele, pero desde aquí parece una película; allí es la realidad”. Y la mejor conclusión que saca de su valiente experiencia es esta: “Si en una semana hemos liado algo tan gordo como hemos liado” (10.000 euros recaudados en crowdfunding, las cuatro toneladas, los refugiados), “si realmente pudiéramos hacer algo constante, el mundo cambiaría bastante”.
“Está claro que hay otras guerras y que en esta igual nos estamos centrando más”, ya que, al fin y al cabo, Ucrania es Europa, nuestro continente. Pero opina Soto que, “al tocarnos de cerca, también nos estamos dando cuenta de lo que otros están viviendo en otras partes del mundo. Puedes imaginar lo que pasa en Palestina, en Irak desde hace mil años o en el Sahara”. Por lo tanto, si a las bombas que caen en Ucrania se les pudiera sacar algo positivo, confía Alex en que todos caigamos en la cuenta de que las guerras siguen ahí y que podemos ayudar.
Cinco días de vértigo
Estaba previsto inicialmente que la expedición de Alex se desplazara en dos furgonetas de pasajeros, pero a última hora se les sumo otra persona con furgoneta de transporte, que llevó el material más pesado y voluminoso. Por tanto terminó siendo un convoy de tres vehículos y ocho personas, que partió en la tarde del miércoles 16 de marzo desde Donostia.
Conduciendo (y durmiendo) en turnos de dos a tres horas tardaron 32 en llegar a las proximidades de Medyka (Polonia, limítrofe con Ucrania), ya jueves 17 a las 11 de la noche. A pesar de encontrarse con retenciones, accidentes y demás que les retrasaron, asegura que se les hizo ameno. “En el viaje nos llamaron muchos contactos y hubo un poco de jaleo, porque no sabíamos dónde ir”, pero finalmente decidieron dirigirse a “donde habíamos hablado al principio”.
Allí descargaron el grueso del material que llevaban, miles de kilos que fueron “directamente a Ucrania” mediante una asociación local. Se trataba por ejemplo de mantas y ropa de abrigo, así como comida en conservas, ya que “muchos no tienen ni opción” de prepararla si no está ya cocinada.
Los gipuzkoanos hicieron luego noche en otra pequeña población, Przemyśl, que es donde montaron su pequeño campamento humanitario a la mañana siguiente. Pero antes durmieron en las furgonetas “a ocho bajo cero. Hacía mucho frío, así que ni me imagino lo que pasó la gente que durmió en la calle”.
Incursión en Ucrania
Madrugaron el viernes 19: a las 5.30 horas ya estaban en pie y levantaron las carpas. Algunos se pusieron a cocinar y otros sacaban material que aún les quedaba, “la gente iba acercándose a por chocolate, galletas, jabón, cepillos de dientes…”.
Después decidieron trasladarse a Medyka mismo para ayudar a una organización escocesa, Siobhans Trust, que está haciendo un trabajo “brutal”, trabajando en turnos para cubrir las 24 horas del día. Por ejemplo, “cocinan mucho para los que llegan, pero también cruzan a Ucrania con comida y ropa”. De hecho, admite que varios del grupo donostiarra también cruzaron al país invadido; “ves lo que ves y en esos momentos ni piensas en si te la estás jugando”. A los británicos les cedieron “lo que nos quedaba” de material, por ejemplo generadores, cables, focos…
Ese viernes 18 trabajaron hasta la medianoche y encontraron una residencia de estudiantes donde pudieron dormir más cómodamente que en las furgonetas.
No son “mercancía”
Se acercaba el momento de volver, pero había surgido un problema. Algunas de las familias ucranianas con las que habían quedado “ya se habían ido con otros conductores”, porque les surgió la oportunidad de alejarse antes del horror. Por lo tanto, buscaron otras, siempre con cuidado porque, como se sabe, las mafias tratan de intervenir en las situaciones caóticas que genera la guerra.
Destaca Alex que Polonia lo tiene todo muy bien organizado, al menos allí donde acudieron los donostiarras, lo que “agiliza” también estos trámites. Por ejemplo, las instituciones polacas tienen carpas “para registrar a los refugiados y a los conductores también”, de forma que hay un listado de quién entra y quién sale. “Una vez nos pusieron en unión con otras dos familias, nos aseguramos de que iban a estar bien aquí” en Euskadi. De hecho, algunos tenían vínculos con la asociación que trabaja habitualmente con los niños de Chernóbil.
Pensaban retornar el domingo, pero los refugiados que volvían con ellos “tenían ganas de marcharse ya” y partieron en las últimas horas del sábado 19, para llegar a Donostia el domingo 20 por la noche. Este viaje de vuelta fue mucho más pesado, porque todos ellos, gipuzkoanos y ucranianos, estaban muy cansados de sus vivencias anteriores.
Una vez que los han traído a este rincón de Europa, siguen en contacto, comenta Soto. “Les pedimos fotos para saber dónde están, qué están haciendo”, qué tal les va. Porque “me pareció muy duro llegar aquí y dejarlos como si fueran mercancía, intentamos tener cierta relación para que todo vaya bien”. El viaje vital no ha terminado, ni mucho menos.
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