Texto: Amaia Eguizábal
Fotos: Santiago Farizano
Marticorena, Irastorza, Ezama, Erro, Imaz, Belaustegui… el censo en Curuzú Cuatiá, departamento de la provincia de Corrientes, en el norte argentino, es vasco en un porcentaje sorprendente. Un territorio con algo más de 44.000 habitantes y cuatro frontones en su capital. Un territorio configurado sobre la fuente de riqueza del ganado de la mano de vascos como los Güenaga, los Ibaruburu, los Irastorza… «en algunos casos los apellidos se escribían correctamente. En otros, durante el registro de los inmigrantes, se ponían mal y ya se quedaban así».
Juan Pedro Zubieta Oria, coautor de ‘Los vascos y la estancia curuzucuateña’
Con la ayuda de su hermano Juan Carlos, el argentino Juan Pedro Zubieta Oria, cuyos apellidos no dejan lugar a dudas, quiso arrojar luz sobre un capítulo del que faltaban los detalles y que incide en las características que popularizaron al pueblo vasco más allá del mar: tozudos, trabajadores y de pocas palabras.
«La convicción de que esta sería su tierra definitiva, sumada a su natural economía de las palabras, contribuyó al poco o nulo intercambio de información entre aquellos vascos y sus hijos correntinos», expresa Juan Pedro en su obra ‘Los vascos y la estancia curuzucuateña’. Así que la labor de investigación, de la que habló con DonostiTik durante un encuentro en Curuzú, partió casi de cero.
Dos años les llevó este libro a los dos hermanos Zubieta Oria, que presumen de tener «ocho bisabuelos vascos». En la portada se ve el caserío de la familia Oria, ubicado en Zerain. Juan Pedro ya lo ha visitado en tres ocasiones.
LA SALIDA
Esta emigración vasca que terminó dando forma a Curuzú Cuatiá (que en guaraní significa ‘cruz de papel’) tuvo lugar entre 1860 y 1880 y resulta importante la coincidencia con la tercera guerra carlista (1872-76). «Básicamente la historia se repetía», contó Juan Pedro mientras mostraba los puntos clave de la presencia vasca en Curuzú. «Generalmente eran hijos menores que debían buscar progreso fuera de la casa. Además estaba la leva (mili obligatoria) y les tocó hacerla durante la guerra. Cuando comenzó la diáspora de forma masiva les pusieron restricciones para abandonar su tierra».
Precisamente Juan Pedro conserva la carta de una tía, Josefa Goyeneche Zubieta, donde se refleja que para abandonar Euskadi debían tener la conformidad de una autoridad y demostrar su paso por el ejército. Esto provocó un capítulo muy oscuro de su familia: Uno de los antepasados de Juan Pedro, Pierre Zubieta Jaureguiberry, escapó con el documento de su hermano, que ya había cumplido sus obligaciones militares. Este trueque de documentos supuso que volvieran a llamar a filas al hermano que se quedó en Euskadi, y que falleció durante la guerra.
UNA TIERRA INHÓSPITA
Los vascos que llegaron en aquellos años se radicaron primero en Uruguay por el bloqueo anglo francés del puerto bonaerense. Uno de los bisabuelos de Juan Pedro, con el que comparte el nombre, llegó desde la vasco francesa Macaye (aunque la familia era originaria de Etxalar) y se asentó en la localidad uruguaya de Salto, donde empezó a desarrollar un negocio que conocía bien: el de los carros. «Los vascos trabajaban en lo que podían y principalmente en lo que otros no querían hacer«.
‘La vasconia’ de Curuzú, uno de los antiguos comercios fundados por inmigrantes
Durante veinte años poblaron los alrededores y muchos de ellos se asentaron en la provincia argentina de Entre Ríos, sobre todo en las localidades de Colón y Concordia. «Aquello les pareció la panacea. Entre Ríos era una provincia joven y la costa del río Uruguay estaba despoblada. Empezaron a llamar a sus familiares para que vinieran».
También se sumó otro fenómeno importante para que estos viajeros terminaran en el enclave que nos ocupa: comenzó a construirse el ferrocarril, que desde Concordia se fue desarrollando hasta llegar a a la vecina Corrientes y concretamente a Curuzú en 1889. Una tierra entonces absolutamente inhóspita.
Juan Pedro Zubieta muestra uno de los cuatro frontones del pueblo
EL BOOM LANERO
Para quienes buscaban una vida cada vez mejor, aquello fue una explosión: tierra infrautilizada y enorme, ganadería extensiva y el boom lanero de finales del XIX. «La lana es la clave de este libro. Todos fueron ovejeros exitosos porque conocían bien ese trabajo que aquí no se hacía. Ese boom duró desde 1900 hasta 1940 y fue lo que permitió a nuestros abuelos comprar grandes extensiones de campo. Fue un fenómeno de gran magnitud que no va a repetirse».
En ese contexto los protagonistas de este capítulo de la historia argentina llegaban a Curuzú desde sus destinos anteriores y compraban 2.000 o 3.000 hectáreas «en buena ley». «Se conservan escrituras de aquellas compras. Todo era legal. Y a partir de ahí trabajaban. A casi todos ellos les fue bien, la verdad, apenas hay historias de fracasos, algo que se relaciona siempre con el tesón de los vascos», explicó Juan Pedro.
EL LEGADO
El curuzucuateño Dimas Güenaga salía de cenar el pasado año de un restaurante cuando se encontró con que le habían dejado un paquetito en el parabrisas. «Se habían fijado en que llevo una ikurriña pegada en el coche y me habían dejado dos escudos del Athletic y una tarjeta para que llamara. Lo hice y era un señor de Otxandio. Le dije que mi abuelo era de Ondarroa pero que nunca habíamos viajado a Europa. Nos invitó y fuimos».
Los padres de Francisco Güenaga en Ondarroa, localidad de la que éste partió para iniciar una próspera aventura en Curuzú
Dimas es nieto de Francisco Güenaga, que encarna a la perfección el éxito que tuvieron algunos de los vascos que aterrizaron en Curuzú Cuatiá.
Basta con decir que cuando Francisco murió, en 1978 y con 90 años, dejó a cada uno de sus seis hijos 3.600 hectáreas «de un campo muy valioso» que a día de hoy supone el sustento familiar. Por cierto: uno de los campos comprados por el abuelo de Dimas se llamaba La Euskalduna. Está a 50 kilómetros de Curuzú Cuatiá y sigue en manos de la familia.
Precisamente en La Euskalduna Francisco, el abuelo, se hizo una foto acompañado de sus seis hijos. Todos ellos a caballo. Una foto que llevó a Ondarroa orgullosamente las dos ocasiones en que volvió de visita (pocos lo hicieron) y que ahora está colgada en el despacho de su nieto Dimas, en Curuzú, donde también hay una gran ikurriña.
También conserva Dimas una foto de sus bisabuelos en Ondarroa, los padres de Francisco. Viendo ambas imágenes de dos mundos tan dispares cabe pensar qué imaginarían los familiares de Francisco cuando éste llegaba a Ondarroa con la foto en la Euskalduna como quien retorna de una conquista. De la conquista silenciosa de quienes no alardean, por supuesto.
Dimas muestra fotos de sus abuelos
De su abuelo, Dimas recuerda mil anécdotas y ninguna rompe el arquetipo de los vascos de la zona. «Los hijos no fumaban delante de él. En la mesa era el único que bebía vino. Cuando ya estaba muy mayor uno de los hijos le decía todo lo que estaba programado para el día siguiente. Pues él subía al caballo e iba a comprobar que todo era como le habían dicho».
El de Francisco, uno de los casos más exitosos de Curuzú, no fue un camino fácil en contra de lo que parece. De hecho se arruinó tres veces. «Pero era otra época y tenía grandes ganas de trabajar». En las fotos se le ve, incluso de mayor, erguido y elegante. Y el nieto atestigua que su abuelo «tenía un carácter…»
Francisco, que aprendió castellano tras su llegada a Uruguay, volvió al idioma de su infancia en sus últimos días de vida para sorpresa de la familia que no lograba entenderle.
CUESTIÓN DE CARÁCTER
El carácter de estos pioneros se hizo célebre, tal y como Juan Pedro Zubieta refleja en el libro. «Eran duros, a los niños nos daban un poco de miedo, pero en el fondo era muy buena gente».
«Pocos volvieron a visitar sus pueblos. Los vascos que vinieron no hablaban de su tierra ni mal ni bien. En general no parece que tuvieran nostalgia y pocas familias conocen su historia, aunque hay algunas muy novelescas. Vinieron a trabajar y eso hicieron». Una de las excepciones es la de Pedro Zubieta, el bisabuelo de Juan Pedro, otro ganadero muy exitoso que regresó ocho veranos de vacaciones a Biarritz. Cuando lo hacía aprovechaba para ‘echar el lazo’ a algún pariente y llevarlo a tierra argentina.
Otra característica de estos viajeros es que se buscaban para casarse. «Los cinco Oria que vinieron se casaron con cinco mujeres de un mismo caserío, era todo muy endogámico». Y los motivos románticos quedaban en un segundo plano.
La Sociedad Española de Curuzú, creada por la colectividad vasca
Los vascos que dieron forma a Curuzú Cuatiá fundaron la Sociedad Española como lugar de reunión. Basta con ver el acta de fundación y los apellidos de los artífices.
¿Y jugadores?, ¿juerguistas?, ¿algún alcohólico en las filas de los vascos que dieron forma a Curuzú? «No. No en esa generación. Los hubo después, claro. Pero ya entre los descendientes. Estos venían a trabajar».
La huella de esos aventureros está en el carácter de los curuzucuateños, en el censo y en la configuración de una localidad cuya comunidad vasca instaló recientemente un monumento. «De la Comunidad Vasca a la ciudad de Curuzú Cuatiá en su bicentenario», reza.
La huella también está, ahora, en la obra de Juan Pedro Zubieta y su hermano Juan Carlos, donde cuentan la historia de muchos de estos pioneros. «Euskadi me pareció mucho más bonito de lo que había imaginado», comentó Juan Pedro Zubieta Oria para DonostiTik. «Increíble la situación de estrechez que llegaron a vivir allí en el pasado».
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