En Teherán hay una calle, la avenida Valiasr, que recorre de arriba abajo la capital iraní durante 33 kilómetros. Sería algo así como partir de la Avenida de la Libertad y subir hasta el Alto de Miracruz. Continuar por Antxo, Errenteria, Oiartzun e Irun. Cruzar la muga y, al fin, llegar hasta Ziburu. Toda una gama de colores, gentes, arquitectura variopinta e idiomas distintos que se combinarían en una enorme rampa de un solo nombre. Las grandes calles y avenidas, en Irán y en cualquier otra parte del mundo, suelen formar parte de proyectos modernizadores y transformadores de las ciudades, derrochan vitalidad y reúnen el comercio y el ocio puntero, los centros culturales y dinamizadores más importantes. Ahí están la Gran Vía de Bilbao y de Madrid, el paseo Gracia de Barcelona o los casi dos kilómetros de Oxford street de Londres.
En el polo opuesto se encuentran esos tramos que tienen el dudoso privilegio de ser breves como un suspiro. Suelen pasar desapercibidos. Están encajonados en algún rincón apenas transitado, parecen levantados entre sombras de indiferencia y ocurren muy pocas cosas de interés para el transeúnte. O quizás es que no les hemos prestado la atención que merecen. En San Sebastián, la calle Corta, en el barrio de Gros, no engaña a nadie: todo sucede en unos 30 metros. El Dentix deshabitado de la esquina que busca en vano un sustituto; la tienda de Euskaltel y su color naranja brillante junto al letrero Laburra kalea; y la terraza pegada a las vías del Tedone, número 2 en la lista de mejores restaurantes de Trip Advisor de la ciudad entre un total de 773 locales. Este debe ser uno de esos “place to be” para los usuarios de la conocida guía turística.
Muy cerquita, pasado el apeadero de Renfe y formando una ele con la calle Miracruz la altura de la marquesina de los autobuses interurbanos, sobrevive el bar Kaiola. Con una decoración inspirada en los bares de carretera genuinamente americanos, estamos ante un reducto auténtico y sin adulterar de la noche donostiarra. Su terraza no es gran cosa, pero ocupa buena parte de la calle Huertas; en realidad, un callejón sin salida que según confirman en el Ayuntamiento es uno de las más pequeños de la ciudad. Enfrente, un salón de juego ocupa toda la fachada.
Sin abandonar Gros, el foco de atención alumbra ahora la diminuta calle Las Dunas. Funciona más bien a modo de atajo entre la calle Nueva y Zabaleta, el típico tramo insustancial en el que se gana tiempo y se acortan distancias. Pues bien, en su raquítica longitud es capaz de reunir una juguetería de toda la vida (Afede) en una esquina; un coworking que bulle de creatividad en el número 11; y una Gintonería remodelada en la esquina opuesta. No está mal para una callejuela de paso que últimamente lucha por su espacio vital, ya que las obras del andamio han estrechado como un fideo la vía.
Una señora saca de una bolsa de plástico un currusco de pan y da de comer a las palomas y las gaviotas del puerto. Lo hace con “prudencia”, asegura Begoña, ya que es consciente de que las ordenanzas municipales prohíben alimentar a los animales callejeros. Una bandada de pájaros aterriza caóticamente en la calle Sokamuturra de lo Viejo, entre la plaza de Lasala y la calle Mari, para hacerse con el botín. Hasta hace tres años, la vía más estrecha de San Sebastián -si se toman las medidas “desde los ejes de las calles”, puntualizan fuentes municipales- estaba vetada a los peatones y funcionaba como un aparcamiento de motocicletas. Begoña se despide de sus animalitos y al fondo de la callejuela, cortísima, la sombra da paso a la luz de verano que ilumina la bahía.
Deja un comentario