La borrasca barría con fuerza las dulces praderas de altura, los vientos del noroeste se empeñaban en que retrocediéramos, ese día, la montaña deseaba quedarse a solas consigo misma. Pero nuestras viejas botas de hojarasca y de atardeceres, no se dejan amedrentar fácilmente, y con terquedad, caminaban entre la hierba mojada de aquella tarde de otoño.
De pronto, tras alcanzar la coqueta cima de la montaña, la niebla, nos dio un respiro, y se abrió una ventana abierta a un sutil mundo de belleza descomunal, una ventana dispuesta a regalarnos un sublime espectáculo, un paisaje impresionante. Valles escondidos, bosques coloristas, cumbres altivas, tapizaban un inabarcable horizonte. Y allí, abajo en medio del collado abierto a los cuatro vientos, el conjunto de cromlechs blanquecinos se empeñaba en atraernos insistentemente hacia su magia irresistible. Y nosotros, simples buscadores de la belleza, no podíamos, ni queríamos ofrecer resistencia alguna, y nos lanzamos sin dudarlo a descubrir su telúrica esencia. Ir al blog
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