Hace ya más de una década que tuve la suerte de probar mi primer ceviche, servido por la mano peruana del que ahora es un buen amigo mío. Mano inexperta en aquellos momentos, a la que el giro de muñeca le debió de traicionar, porque tenía cantidades de sal incompatibles con la vida, como diría un forense. Me lo comí con una sonrisa fingida y no causó más efecto que ése. Ir al blog
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