Primero fueron los nuevos hábitos de consumo focalizados en los centros comerciales y las compras digitales, que descolocaron a las tiendas de barrio. El pequeño comercio las pasó canutas con la expansión de portales de internet (desde Amazon hasta Vinted, la compañía de compra y venta de moda) y tuvo que cambiar de rumbo. La asociación Ba Gera, que “da voz al comercio, la hostelería y los servicios de todos los barrios”, contabilizó decenas de ceses de negocio solo en San Sebastián entre 2019 y principios de 2020. “Gipuzkoa es la quinta provincia del territorio nacional en la que más cierres de pequeño comercio ha habido en los últimos cuatro años”, dijo su gerente, Lourdes Lázaro, en una entrevista concedida a DONOSTITIK.
La magnitud de la tragedia se puede medir por la cantidad de locales de toda la vida que se fueron marchando silenciosamente en un goteo incesante: Semillas Elosegi, Pastelería Izar, Restaurante La Cueva, bar Rekalde, A Fuego Negro, zapatería Estrada, Bar Eiger, bar Cohete, mariscos El Puerto, la tienda de muebles Eceiza… Al alza de los precios de alquiler en Donostia se le sumaba el mazazo de la pandemia, un golpe que también se llevó por delante a las agencias de viaje, uno de los sectores más afectados por las medidas para frenar el coronavirus.
En 2022, muchos comercios han dicho adiós por la situación de crisis global (inflación, el desbocado precio de la luz) y la falta de relevo generacional, principalmente. La guinda ha sido el sistema de facturación digital TicketBai impulsado por la Diputación, obligatorio en Gipuzkoa desde el 1 de noviembre, estrechando el margen de beneficio de los más pequeños. Esta tormenta perfecta ha llevado a bajar la persiana a establecimientos de todo tipo, muchos de ellos históricos y con especial arraigo entre los vecinos.
Rumores y bulos
Convertido en un tema de debate social de primer orden en San Sebastián, también ha dado pie a rumores, bulos y fake news, noticias falsas que intentan pasar por reales. Fue muy comentado el caso de La Cuchara de San Telmo, el exqusito bar de pintxos de la trasera de la calle 31 de agosto. La confusión vino motivada por una nota que difundió el establecimiento después de que las instituciones decretasen un nuevo cierre temporal de bares y restaurantes en los primeros meses de la pandemia. “Quizás volvamos, quizás no, me resisto a pensar que hoy fue nuestro último día al frente de La Cuchara», decía el comunicado.
A la mítica churrería Santa Lucía, en pie desde 1956 en la calle Puerto, también la han enterrado antes de tiempo. En este caso, la bola ha ido creciendo en las redes sociales hasta que el pasado 15 de diciembre sus responsables confirmaron al Diario Vasco que no había “nada de nada” en respuesta a los tuits y comentarios que decretaban su defunción. “Seguimos funcionando con normalidad y no hay ninguna previsión de cierre”, zanjaron. Los churrófilos donostiarras y foráneos pueden dormir tranquilos.
Luego están los lugares que se caen y se vuelevan a levantar. O al menos lo intentan. El club de jazz Altxerri, un tótem de la noche donostiarra, abandonó una programación timorata y en verano su gestión pasó a manos de la sala Dabadaba en un intento por recuperar sus señas de identidad y aportar cierta contemporaneidad. Parecía que no, pero la famosa tienda de caramelos Kuskulo cerró temporalmente y ha reabierto con un ligero lavado de cara y una clientela tan fiel y entusiasta como siempre. La noticia de que el pub Etxekalte estaba en venta fue un shock para aquellos que recordaban con nostalgia la época dorada del local de la calle Mari, a caballo entre los años 90 y primeros 2000.
Había estado de capa caída durante mucho tiempo y fue dando tumbos hasta un cierre que no ha sido definitivo. Reabrió en verano con un espíritu un tanto disperso (cumpleaños, fiestas privadas, grupos de versiones) y que guarda muy pocas similitudes con el club de baile promovido por Javi Pez y el colectivo Sirope que giró a su alrededor.
Diferentes y únicos
Todos los cierres son dolorosos, pero algunos han escocido especialmente por su solera y apego a la ciudad. No tienen que ser locales centenarios, la antigüedad no es un requisito indispensable para determinar su singularidad. Be Different, una tienda de ropa vintage de Gros, pertenecía a ese selecto grupo que se había ganado el cariño de la gente sin hacer demasiado ruido. Los amantes de la moda de los años 60 y 70, principalmente, peregrinaban hasta este coqueto espacio de la calle Zabaleta.
Mónica Sáez, su responsable, arrojó la toalla tras una travesía de casi cinco años. “No te lo dejan nada fácil. Mantener un local abierto es la leche de caro en Donostia: el precio de alquiler, los impuestos, el TicketBAI…”, explicaba a DONOSTITIK. Decía lo siguiente sobre el programa de facturación institucional: “Es un invento para tenernos controlados a las mismas bobas y bobos de siempre”. Su ropa se vende ahora por Instagram o a través de mercadillos.
El último trimestre del año ha sido una auténtica sangría. Se han despedido para siempre la tienda de máquinas de costura y bordado Singer (calle Hondarribia, 32), en este caso por jubilación; la panadería Arakistain (calle Easo, 67), hasta el cuello por “la subida de materias primas y la energía”; la heladería Los Italianos de la calle Aldamar, con 80 años de vida; un asador clásico, de los de toda la vida, como Txokolo (calle Manterola, 4); y Eme Be Garrote, de Martín Berasategui, “la única estrella Michelin que ha tenido una sidrería”, entre otros.
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