(Carlos López Izquierdo/EFE). La ciencia de alto impacto ha experimentado en Euskadi un desarrollo continuado en los últimos años vinculado a pioneras investigaciones de centros como el donostiarra CIC nanoGUNE, de cuyos descubrimientos se benefician ya numerosas empresas internacionales.
«Este año hemos licenciado una patente a una empresa española que es absolutamente confidencial y no puedo decir más, sólo que es una aplicación en el campo de la biotecnología que está licenciada en exclusividad». Quien así se expresa es Ainara García Gallastegui, responsable de Transferencia de Tecnología del CIC nanoGUNE, a la que es imposible arrancar ni una sola palabra más sobre este proyecto «confidencial».
«Está cerrado, firmado y la empresa está trabajando ya con esta tecnología de gran impacto», zanja con una sonrisa, ante la curiosa insistencia del periodista, esta doctora en Químicas habituada a transitar del euskera al castellano y de este idioma al inglés, lengua de trabajo exclusiva en el centro.
Inaugurado en 2009, el CIC Nanogune dirigió sus primeros nueve años a la investigación científica a escala infinitesimal en el plano básico, pero en 2018 decidió dar más «protagonismo» a la transferencia tecnológica de sus hallazgos a las empresas mediante un plan que ya ha empezado a «dar sus frutos».
García Gallastegui explica que gracias a este giro el centro ha incrementado «sustancialmente» su cartera de compradores privados, así como las licencias de patentes a clientes, entre los que cuenta con ejemplos relevantes como el gigante tecnológico Intel y reconocidas compañías internacionales como BASF y SRC.
La monitorización de las constantes fisiológicas de los recién nacidos, el diagnóstico temprano del Alzheimer, la detección de microplásticos en los océanos, nuevas soluciones textiles o el envasado de alimentos son algunas de las tecnologías de «alto impacto social» de las que dispone el centro, que abarca campos de investigación como el magnetismo, la óptica, el ensamblado, la biotecnología, los materiales, la imagen y la ingeniería, todo ello, eso sí, a escala «nano».
La versatilidad de las tecnologías creadas en el CIC nanoGUNE es otra de las características del centro que, por ejemplo, le ha permitido adaptar a la detección de la covid-19 una investigación previa para la monitorización de virus tropicales, desarrollada en colaboración con una universidad danesa.
«Se trata de una detección serológica de siete minutos, complementaria al análisis de antígenos que se está comercializando muy bien, tanto en Dinamarca como en Italia», explica García Gallastegui.
«Es un caso de éxito» de una «tecnología basada en el nanomagnetismo y en las nanopartículas que tienen la capacidad de atraer ciertas propiedades de los virus», detalla la científica.
El desarrollo de «textiles sostenibles» es otro de los campos en el que la investigación básica se ha convertido en una aplicación industrial, mediante un «accesorio» patentado por el centro para combinar la impresión 3-D y el «electrospinnig» (una técnica que permite hilar filamentos de polímero muy fino).
Todo ello ha dado como resultado un «equipo comercial» que sirve para fabricar textiles «artificiales», con el objetivo de «prevenir su abrasión, mejorar su resistencia mecánica y evitar el crecimiento microbiano» y que, como desvela García Gallastegui, cuenta además con otro «proyecto en curso» para crear «tejido de miocardio» que permita sustituir partes dañadas en el corazón por «polímeros biocompatibles» que evitarían el tan temido rechazo.
Pero quizás la más curiosa de las innovaciones del CIC nanoGUNE sea la monitorización del oxígeno en sangre de los bebés durante partos de alto riesgo, que evita tener que extraer las muestras directamente de la cabeza de los pequeños para analizarlas y ahorrarse un proceso que dura unos veinte minutos.
Con este fin García Gallastegui recuerda como, en colaboración con Biodonostia, hace cuatro años se empezó a trabajar en una sonda que «se introduce en la vagina de la mujer de tal forma que se puede determinar la concentración de oxígeno en sangre del niño y otros parámetros fisiológicos del bebé durante el parto».
«Una tecnología basada en la ‘espectroscopia Raman‘» que ha permitido crear un equipo óptico y espectroscópico, vinculado a un «desarrollo en inteligencia artificial» y a una base de datos «enorme», que además también es posible utilizar en la «monitorización temprana del Alzheimer», pero que igualmente puede tener diferentes usos en el campo de la alimentación, revela orgullosa la investigadora.
«Hacemos ciencia de alto impacto y nuestro compromiso es absorber todas aquellas tendencias que se llevan a cabo en centros punteros internacionales, desarrollarlas y comunicarlas al tejido industrial», resume la científica, quien no oculta la dificultad que supone trasladar luego este «compromiso» a las empresas porque para ellas supone asumir «una inversión estratégica para el futuro».
«Es preciso hacerles ver, de alguna forma -añade-, que algunas tecnologías que ahora parecen muy lejanas van a tener una retribución importante en el futuro si se invierte en ellas», una labor de convicción alejada de la escala «nano» pero en la que, paradójicamente, también trabaja su centro.
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