El periodista donostiarra y residente en Marsella, Borja D. Kiza, presenta estos días su libro ‘Los soldados que volverán’ (Txalaparta). Una obra que vincula el conflicto de los Balcanes con el actual de Ucrania y habla de guerras y de posguerras, de manera concreta, con testimonios de más de 50 personas que las han vivido o las analizan desde la filosofía, el periodismo o la sociología. «Es un libro muy accesible al público general y que acerca las posiciones de los intelectuales y las vivencias de quienes sufren las guerras a todo tipo de lector», explicó Kiza durante la charla con DonostiTik. ‘Los soldados que volverán’ está ya en las librerías y también on line, además de en formato e-book.
¿Cuál fue el origen de este trabajo?
Este libro tiene como origen un proyecto anterior realizado en los Balcanes con motivo de los 25 años del fin de las guerras que acabaron con la antigua Yugoslavia. Viajé en 2017 y publiqué un reportaje largo en el diario El Salto, y enseguida entendí que aún había muchas más cosas que contar de ese territorio que, como Ucrania hoy, en los años 90 se situaba a las puertas de la Unión Europea y que comparte muchas otras similitudes con el conflicto que vemos ahora. Así que volví en 2018 y 2019 y seguí escribiendo. Cuando en 2022 el enfrentamiento entre Rusia y Ucrania tomó la nueva dimensión que conocemos hoy, me dije que tenía que relacionar estos dos conflictos y, poco a poco, este libro fue tomando cuerpo.
¿Podemos decir que se trata de una comparativa entre ambas guerras?
Los conflictos de la ex Yugoslavia y de Ucrania guardan muchas similitudes -proximidad con la UE (cultural, histórica e incluso de idioma de los bandos implicados), relación de los territorios con la historia comunista, la implicación de occidente…- pero están separados por 25 o más de 30 años. Entonces, ¿puede darnos la antigua Yugoslavia pistas sobre lo que está pasando hoy en Ucrania o, más pertinente aún, lo que puede pasar cuando llegue el periodo de posguerra? Porque los países de la antigua Yugoslavia llevan muchos años de posguerra y muchos de sus problemas no se han resuelto aún, y otros nuevos han aparecido. Así que decidí entrevistar a jóvenes croatas que nacieron literalmente bajo las bombas en los años 90 y que ahora viven en nuevos estados independientes con bastantes o muchos problemas sociales y económicos, que tienen padres con síndrome de estrés postraumático, que viven todavía en tensión con su vecina Serbia… ¿Qué dejan en herencia las guerras a quienes nacen tras ellas? ¿Qué pasa con los soldados veteranos que vuelven del frente? ¿Qué estrategias de división utilizan los políticos para conseguir y permanecer en el poder ya en tiempos de paz? ¿Cómo gestionar de la mejor manera posible las posguerras? Así, hago dialogar a personas anónimas de Croacia, Ucrania, Bosnia, Rusia… con intelectuales de gran prestigio como Judith Butler, Serge Halimi, Imanol Zubero, Frédéric Gros…
Los testimonio, sobre todo algunos, son duros.
Algunos son un poco crudos, es cierto, pero el libro es de lectura muy fácil, muy periodístico. No es un texto académico ni árido, sino muy emocional. Incluso los filósofos hablan de una manera muy próxima y les pregunto por qué nos hacemos la guerra desde hace milenios, si podemos acabar con esta dinámica, cómo avanzar en la práctica de la no violencia, cuáles son los límites del pacifismo… A los periodistas les pregunto si hemos cubierto bien esta guerra y si no hay un riesgo de que ciertos artículos de prensa alimenten las dinámicas bélicas. He buscado a sociólogos expertos en otras regiones del mundo como África o América Latina para que expliquen cómo se ve desde estos lugares el conflicto y nos permitan salir de nuestra visión eurocentrada. Y todo sin olvidar a quienes lo viven en primera persona: soldados ucranianos, jóvenes ucranianas que han tenido que -y podido- salir de su país, artistas rusos en el exilio, ciudadanos rusos que apoyan las acciones de su gobierno… Debe de haber más de cincuenta entrevistados, de perfiles y nacionalidades muy diversas, no los he contado.
¿Hay conclusión posible tras estos testimonios?
El libro no pretende dar conclusiones, especialmente de un asunto tan complejo y aún cambiante. Lo que pretende, y creo que consigue, es hacer reflexionar, a nivel de sociedades y a nivel individual. ¿Por qué entramos en conflicto (como estados o personalmente en nuestro ámbito íntimo)? ¿Cómo miramos a ese ‘otro’ al que nos enfrentamos? ¿Nuestro punto de vista carece de determinados elementos y esto nos impide entender el conflicto de una manera que nos permita desactivarlo? Los intelectuales dan elementos de reflexión fascinantes y los que viven los conflictos explican realidades a veces escalofriantes. Con todo, no se obtiene una conclusión pero la lectura obliga a hacer un ejercicio que invita a abrir nuestras miras. La conclusión la dejo a cada lector.
¿Cuál de los testimonios le ha impactado más?
Hay muchos. El del soldado croata que explica ciertos episodios que vivió en los Balcanes y la relación con sus hijos y su mujer, que apenas conocen una parte de su experiencia. Los de los jóvenes croatas que viven en una precariedad profesional frustrante a pesar de que su guerra acabó hace 30 años. El del joven, también croata, que explica el suicidio de su padre. El de la joven activista ucraniana que cuenta que saca a pasear al perro con un cuchillo para rasgar la ropa y hacer un torniquete si, durante el paseo, cae un misil y tiene que atender a alguien. O los de los soldados ucranianos y su visión del paso por el frente.
¿Estamos en un periodo especialmente bélico como creemos o siente que en Europa siempre ha sido así?
Estamos en un periodo, a nivel global y europeo, especialmente bélico. Creo que muchos episodios que estamos siguiendo en directo se estudiarán en los libros de historia del futuro. Al menos en los occidentales, aunque el concepto de lo que hasta ahora entendemos por ‘Occidente’ parece que se está redefiniendo con los cambios de postura de Estados Unidos.
¿Presentará el libro en Donostia?, ¿suele venir con frecuencia?
Probablemente lo haré en mayo, sí. Yo soy de Donostia, pero antes de llegar a Marsella pasé bastantes años en Barcelona, así que poco a poco me he ido ‘mediterranizando’. En todo caso, cuando veo el cielo, el mar y los montes de aquí, algo se activa. Es curioso cómo estamos conectados emocionalmente a los territorios en los que hemos crecido. Vengo a menudo pero, aún así, a veces lo echo de menos.
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