Por Jon Pagola.
Fueron apenas 50 minutos interpretados con una contención absoluta y el respeto reverencial que a veces provocan determinadas figuras. Solo se soltaron al final, cuando en “Igelak” la banda al completo amagó con una explosión, de nuevo, controlada. El poeta Jon Mirande era un outsider y no se puede abordar su obra desde un prisma convencional. O quizás sí. Pero Elena Setién, Xabier Erkizia y Grande Days han decidido salirse por la tangente en el proyecto Mirande y su presentación en directo fue lo más parecido a un acto ceremonioso, a medio camino entre el spoken word y el dream pop sobre el que se apoyaban unas sugerentes imágenes en blanco y negro. Contagiados por el ambiente litúrgico, el público que llenaba el Teatro Principal siguió la actuación con máximo silencio, como si solo tocase aplaudir una vez terminado el concierto.
De manera pausada y muy suavemente, fueron incorporando algunos matices. Primero, la voz distorsionada y espectral de Elena Setién; luego vinieron los desarrollos instrumentales de Grande Days, que fueron tomando cuerpo; la suave cadencia de Erkizia; los copos de nieve que aparecen en la pantalla; el piano que, como una linterna, apunta la luz y achica la oscuridad que parece adueñarse del ambiente; más figuras visuales que juegan con el surrealismo y los objetos cotidianos; y, cuando parecía que no había tiempo para más, Setién salió y cerró el círculo con una serie de piruetas vocales.
Más que piezas sueltas de un puzzle, cada canción articula su propio cortometraje de tonos apagados donde la gracia reside no tanto en lo que se muestra como en lo que se insinúa. Hay que mirar un poco más allá o, mejor dicho, rebuscar con calma en los cajones que dejan abiertos estos músicos. Puede que no entre a la primera o que convenga estar sobre aviso. Se imponen las atmósferas, los pequeños detalles, las sutilezas que deambulan de aquí para allá. Pese a su aparente complejidad y hermetismo, aunque a veces peque de frío, acabas conectando con su peculiar concepción de la belleza.
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