Intensa como una película de Stanley Kubrick, excesiva y da veces sin medida como una obra de Fellini, crepuscular como una producción de John Ford, equilibrada como una dirección de William Wyler, luminosa y sentimental como cualquier título de Steven Spielberg, divertida y desternillante como una comedia de Howard Hawks o una algo más escatológica de Judd Apatow; vibrante e insolente como el ‘Ciudadano Kane’ de Orson Welles. Apasionada, contundente, magistral…. Son muchos los adjetivos que pueden aplicarse a ‘Babylon’, la última propuesta cinematográfica de Damian Chazelle (‘Whiplash’, ‘La La Land’), aunque quizá la mejor definición que puede hacerse de ella es que se trata de cine en estado puro. Por su temática (una mirada nostálgica e irónica al Hollywood salvaje de finales de los años 20, el de las grandes estrellas y sus aún mayores escándalos), por su realización potente y magnética que transita hábilmente y con éxito por muchos géneros y estilos.
‘Babylon’ es una película ambiciosa y (conscientemente) arriesgada. Primero en un metraje que a priori parece excesivo (189 minutos), pero que en la sala se disfruta de principio a fin. En primer lugar, gracias a un montaje excelente que acompasa la (magnífica) banda sonora del filme, pero, sobre todo, a una estructura muy bien planificada (y estudiada) que equilibra bien la propia exuberancia vibrante de los planos secuencias realizados cámara en mano en las escenas más épicas y el tono más clásico de las partes más líricas.
En cuanto el espectador traspasa la puerta y se adentra en la salvaje fiesta con la que se abre la película, queda irremediablemente atrapado en esa fascinante e hipnótica orgía visual que ya no cesará hasta los créditos finales. Como Manny (brillantísimo Diego Calva), el joven mexicano que intenta labrarse un futuro en la fastuosa industria del cine, el público se siente aturdido, seducido, embriagado. En realidad, ese preámbulo narrativo será decisivo para el propio desarrollo de la trama. Allí se exponen ya todos los conflictos dramáticos que se irán desgranando jalonados por la propia historia del cine como la irrupción del sonoro (‘El cantor de jazz’ tendrá una importancia vital) y los personajes principales. Llegada de la nada, poniendo todo patas arriba embutida en un escueto vestido rojo, Nellie LaRoy (Margot Robbie) se convertirá de la noche a la mañana en una gran estrella cinematográfica; Jack Conrad (un crepuscular Brad Pitt) se encaminará hacia la decadencia como actor y Sidney Palmer (magnífico Jovan Adepo) buscará el estrellato en la música jazz sin sospechar que, para ello, tendrá que dejar atrás parte de su propia alma.
El guión, escrito por el propio Damien Chazelle, entremezcla personajes y sucesos reales de aquel Hollywood aún silente, sin censuras, abierto, diverso, vicioso, malvado, aunque estimulantemente creativo. Si en ‘La La Land’ el ‘leitmotiv’ era la mítica ‘Casablanca’ (1942), de Michael Curtiz, en ‘Babylon’ la referencia y, hasta cierto punto, el hilo conductor es la no menos mítica ‘Cantando bajo la lluvia’ (1952) de Gene Kelly y Stanley Donen. Y no sólo porque como ésta, el humor esté muy presente, así como la historia de la traumática transición del cine mudo al sonoro que dejó sin carrera a grandes estrellas de Hollywood con voces poco adecuadas para seguir manteniendo su aureola de glamur, sino también porque Chazelle se sirve de este hermoso musical, uno de los grandes de la historia del cine, para componer un gran y nostálgico homenaje al cine [atención, spoilers] al más puro estilo ‘Cinema Paradiso’ con un sorprendente ‘flashfoward’ al futuro del séptimo arte.
‘Cantando bajo la lluvia’ planea en algunos de los diálogos del filme y también en esa maravillosa escena cómica de Margot Robbie en la que tiene que decir sus primeras frases ante el micrófono, con desesperación incluida de la directora (homenaje a la primera persona que dirigió un filme de ficción, Alice Guy y otras pioneras de la dirección) y del resto de técnicos. ‘Babylon’ está llena de momentos maravillosos que, los anales del séptimo arte con mayúsculas, deberían encumbrar. Desde el baile de Margot Robbie, a la secuencia del rodaje de la gran escena de batalla en la que el director Spike Jonze da vida a una mezcla de Erich von Stroheim y Joseph von Sternberg, dos carismáticos (y exigentes) directores del cine de aquella época. O la escena en la que Sidney Palmer toca la trompeta con rabia, tristeza y el corazón destrozado, la conversación con la Jack Conrad entiende que su tiempo ha pasado y que ya no cuenta con el favor del público e incluso ese particular descenso a los infiernos [atención, spoilers], al Los Ángeles más depravado, que Manny hace para tratar de salvar a Nellie LaRoy (hermoso final como estrella fugaz cuya luz se pierde en la oscuridad).
A veces épica, otras lírica e íntima; barroca, exuberante y excesiva, ‘Babylon’, como otras películas de Damien Chazelle, está llena de música, de buen jazz, de grandes y hermosos números musicales. De nuevo su colaboración con el compositor Justin Hurwitz eleva el filme a cotas increíbles con notas que se adhieren en la mente del espectador. Porque la imagen y la banda sonora convergen, cuentan juntas, marcan el tempo e incluso dialogan entre sí (la partitura está llena de guiños a la música de ‘La La Land’, por cierto). Y si la música es magistral, no lo es menos el diseño de producción del filme y, especialmente, un vestuario (gran trabajo de Mary Zophres) que subraya esa contemporaneidad del filme en la actualidad con la que Chazelle ha querido jugar.
‘Babylon’ es mucho más que una película del cine dentro del cine, más que un título sobre la búsqueda del éxito, el mantenerse fiel a uno mismo. ‘Babylon’ es, sin duda, uno de los grandes títulos cinematográficos de los últimos años, un filme que descoloca, avasalla, hipnotiza y ante el que sólo un replicante desfasado de ‘Blade runner’ podría no emocionarse vertiendo alguna lágrima.
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