Los hermanos Lumière, August y Louis, despertaron con su cinematógrafo en los espectadores tal hambre de historias contadas en imágenes en movimiento que la más joven de las artes tuvo que tomar del teatro no sólo infinidad de tramas escritas para la escena, sino también, en el proceso de construcción de su propio lenguaje, en los albores del siglo XX, muchos de los recursos teatrales para narrar y filmar una película. Desde entonces, la relación del cine y el teatro ha sido siempre estrecha. Quizá por ello, en ese ejercicio de nostálgica retrospectiva que el director Wes Anderson inició en 2014 con la magnífica ‘El gran hotel Budapest’, éste ha querido ofrecer un hermoso homenaje a esa fecunda retroalimentación entre el séptimo arte y el mundo de la escena en la fascinante ‘Asteroide city’.
Y no sólo en una estructura de guión que, en realidad, sigue la estructura de una obra de teatro divida en actos y con una forma de rodar más bien estática, como si el público estuviese contemplando, en realidad, un montaje teatral, sino, obviamente, también en el aspecto más puramente temático. En ese juego que Anderson nos propone desde la primera escena, con ese (siempre) magnífico Bryan Cranstron como anfitrión de una velada de teatro filmada, como espectadores estamos viendo a unos actores (la intrahistoria entre bambalinas está rodada en blanco y negro) representando una obra de teatro (la película que vemos en un espléndido y deslumbrante color). Ambos planos narrativos se entrelazan magistralmente en este filme y, en algunos momentos, se fusionan para componer, ciertamente, un gran homenaje al teatro de los años 40 y 50 y a su influencia no sólo en el cine estadounidense, sino también en la cultura popular. Es imposible no reconocer en Schubert Green, el personaje que da vida Adrien Brody, a ese Marlon Brando que triunfó en Broadway con ‘Un tranvía llamado deseo’ antes de dar el salto al cine; en el propio Conrad Earp, interpretado por Edward Norton, al autor de esta obra, Tennessee Williams; en Willem Dafoe al emblemático director del Actors Studio, Lee Strasberg, o incluso en la Midge Campbell, a la que encarna acertadamente Scarlett Johansson, rasgos de Marilyn Monroe, una de las alumnas de esta mítica academia de interpretación.
Aunque, como siempre en las películas de Wes Anderson, hay tantas y tantas referencias ocultas en los decorados, en los elementos de atrezzo y vestuario e incluso en los diálogos que la lista resultaría inagotable y son necesarios varios visionados para desentrañarlas.
Ambientada en el año 1955, esa obra de teatro que los personajes de Wes Anderson representan, en realidad, en la película narra lo que ocurre en los días previos y posteriores a la convención Junior Stargazer, que reúne a los escolares más prometedores en el campo de la ciencia y a sus padres en la aislada localidad del medio oeste estadounidense, Asteroide city. Allí lleva a sus hijos [atención, spoiler] Augie Steenback (Jason Schwartzman, habitual de las películas de Anderson) tras la reciente muerte de su esposa (que aún no ha comunicado a los niños) y con la pretensión de abandonarlos en casa de su abuelo… hasta que en el campamento conoce a la estrella de cine y teatro Midge Campbell. Con el peinado de Jane Wyman en ‘Sólo el cielo lo sabe’, el maravilloso melodrama que Douglas Sirk dirigió en 1955, pero con rasgos biográficos de Lana Turner, algo de la franqueza y el descaro de Ava Gardner y la vulnerabilidad de Marilyn Monroe, Johansson despliega todo su encanto hasta convertirse en uno de los personajes más carismáticos de este filme plagado de ‘estrellas: desde Tom Hanks a Steve Carell, Matt Dillon o Tilda Swinton (en los filmes de Anderson siempre es una maravilla descubrir qué personajes ha reservado para sus actores fetiche). Porque si hay un mensaje que prevalezca en esta película es el de amor a los actores que el propio Anderson profesa.
Con guión del mismo Anderson, esta historia concebida junto a Roman Coppola está llena de sorpresas, vericuentos y, como en toda obra de teatro que se precie, la escena por antonomasia y al más puro estilo shakesperiano, la del balcón. De hecho, se trata de una de las más hermosas de todo el filme. En blanco y negro, siguiendo ese juego del actor que no actúa fuera de escena, Jason Schwartzman y Margot Robbie (en los cuatro minutos mejor aprovechados del filme) protagonizan la escena de (no) amor más bonita de los últimos años. Aunque, en realidad, tratándose de un filme de Anderson, todas y cada una de las secuencias de la película están llenas de una belleza que resaltan la fantástica fotografía de Robert Yeoman convirtiendo el cielo madrileño de Chinchón en el Medio Oeste americano, el suntuoso vestuario de Milena Canonero y, por supuesto, la casi invisible y clarividente música de Alexandre Desplant acompasando el ritmo y el tempo de la historia.
Todos ellos, junto a actores que trabajan habitualmente con Wes Anderson conforman, sin duda, una gran familia, una que convierte cada película en algo único, en casi una experiencia. Porque frente a un cine cada vez más plano, anodino y convencional, Anderson pertenece, junto a Tarantino o incluso Pedro Almodóvar, a esa categoría de cineastas-creadores que han construido un estilo propio y un universo cinematográfico muy personal. El de Anderson está lleno de aparente absurdo, algunas notas de surrealismo, un gusto desmesurado por lo kitch y el cromatismo de los pantone aunque, en el fondo, también de una melancólica tristeza sacudida por la fuerza y el ingenio de las frases que entonan sus personajes. Bajo la apariencia de anodina comedia que parodia aquellos filmes de extraterrestres tan de moda en los años 50, ‘Asteroid city’ habla del dolor de la pérdida, del proceso de sanar, de cómo un desconocido puede conocernos mejor que nosotros mismos, habla igualmente de aislamiento (el guión fue escrito durante la pandemia) y cómo éste puede servir para repensarnos. ‘Asteroid city’ en el fondo es un filme triste con un poso de esperanza.
‘Viaje a Darjealing’ (2007), ‘Los Tenemaums’ (2001) y la maravillosa ‘El gran hotel Budapest’ son ya filmes de culto. ‘Asteroid city’, claramente, merece estar también en esa categoría, pero lo más importante (e inmediato) es que se trata de una película que se disfruta de principio a fin (con los simpáticos títulos de crédito finales) con una sonrisa.
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