En uno de los carteles que cuelgan en los pasillos se subrayan varios conceptos en euskera y castellano. Aparecen palabras grandes, de esas que se enarbolan en un mundo mestizo y globalizado, como interculturalidad, cooperación, transformador de conflictos o diversidad, junto a varias fotografías de los alumnos del centro. Fuera caen unas tímidas gotas. Algunos niños salen al patio y se encuentran con otros formando un colorido mosaico de etnias y culturas. Un grupo de alumnas variopintas sube unas escaleras. Tras saludar a su directora en euskera, hacen comentarios jocosos al ver la vestimenta de los periodistas, que llevan gabardinas de color beige. “¿Qué son?, ¿detectives?”, sondean entre risas antes de salir pitando cada una por su lado.
Más del 40% de los aproximadamente 500 estudiantes del colegio Karmengo Ama son de origen inmigrante y muchos de los que se quedan a comer, un 85% de 300, recibe la beca comedor, lo que quiere decir que los ingresos familiares son muy inferiores a la media. “Trintxerpe tiene la renta per capita más baja de Gipuzkoa”, afirma Juncal Olaizola, directora de este centro público. Aunque hay quien lo sigue considerando donostiarra, Trintxerpe es un distrito de 5.900 habitantes que pertenece a Pasaia. Según el Eustat, el PIB per capita de la villa portuaria es de 18.600 euros, ubicándose en la cola del territorio; en la próspera Beasain, mientras tanto, se supera con holgura los 60.000 euros. Otro mundo.
El de Juncal ha sido un viaje de ida y vuelta. Empezó como profesora sustituta, donde trabajó “dos o tres años”. La experiencia le marcó. Tras haber sido destinada a otro lugar pidió “voluntariamente” regresar a esta escuela ubicada en la zona media-alta de Trintxerpe, donde se cubren las tres etapas obligatorias del sistema educativo: infantil, primaria y educación secundaria. Lleva nueve años aquí. Y, de momento, aquí se queda. “Siempre me ha parecido especial por su tipología de familias. Las conocemos con sus nombres y apellidos. Tienen las puertas abiertas y muchas de ellas se implican. Me atraen las dinámicas propias del centro”, explica.
Algunas dinámicas son difíciles de gestionar, como sucede con los estudiantes inmigrantes que se incorporan durante el curso. Juncal echa cuentas. “Este año hemos tenido 25 estudiantes que han llegado en distintas oleadas fuera del plazo de matrícula habitual. De todos ellos solo tres son nacidos en Euskadi, lo que dificulta su aclimatación, sobre todo con la lengua”. El euskera es uno de los grandes campos de batalla en este tipo de colegios: al no conocer el idioma se corre el riesgo de que se ralentice el ritmo de las clases.
“Es un objetivo que nunca podemos perder de vista”, continúa Juncal. “Si ya nos cuesta con los autóctonos que no son de familia euskaldun, cuando vienen en edades avanzadas se enfrentan al hándicap de un sistema educativo que desconocen y que además se imparte en otro idioma”. La directora se detiene un segundo: “No arrojamos la toalla, pero es muy difícil”, reconoce.
El problema son los plazos. Existe la figura de la persona de apoyo lingüístico para potenciar el uso del euskera, pero tan solo dura año y medio. No es suficiente para familiarizarse y desenvolverse con soltura en un código idiomático que les es totalmente ajeno. “Es muy poco realmente, porque muchas veces el euskera no sale del aula”, asegura Juncal.
“Habría que hacer una diferenciación sobre su uso entre aula, patio y comedor”, matiza por su parte Aitor Armentia, que lleva en el colegio desde los años 80. “Históricamente hemos tenido familias de inmigrantes de segundas y terceras generaciones, sobre todo gallegos y portugueses. Son hijos y nietos de esas familias a los que el euskera no se les hace desconocido, pero la forma más habitual de comunicarse entre ellos es el castellano”.
Ahora acogen a estudiantes de 32 nacionalidades distintas, desde Mongolia a Honduras pasando por Rumania y varios países africanos. Lejos han quedado los tiempos en los que el debate del Departamento de Educación se centraba en el reparto equitativo de los alumnos inmigrantes entre la red pública y la concertada. En 2007 la Consejería fijó un techo de un máximo de 30% de alumnos extranjeros que en esta escuela de Trintxerpe no se cumple ni de lejos.
Las noticias en Euskadi van más bien en otra dirección: la ONG Save The Children lleva tiempo denunciando el “aumento” de la tasa de segregación escolar vasca, con la que se separa a los niños en diferentes centros educativos según su situación socioeconómica. No lo ven como una carga extra, sino que lo aceptan y tratan de hacer su trabajo de la mejor manera posible. “Son los tiempos que nos ha tocado vivir”, reflexiona Aitor. “Tenemos mucha variedad de nacionalidades, pero no nos sentimos especiales”, apunta Juncal.
A las 11:20 de la mañana llega un transportista cargado de comida. Aitor le indica el camino para acceder al comedor. “Es pescado”, aclara sin disimular su alegría sobre lo que va a degustar en un rato. Durante unos años, él también fue director de esta escuela que conoce a la perfección. ¿Es un marrón trabajar aquí? “Muchas veces he pensado que me hubiera gustado hacer un paréntesis y haber trabajado en un pueblo como Amezketa o Abaltzisketa y ver así la diferencia con un pueblo pequeño de Gipuzkoa. Es verdad que sientes que tu trabajo no es solo enseñar. También tienes que educar, y es algo que puede llegar a desgastar. Pero no es un marrón. Qué va”, sentencia.
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