Carteles de se alquila. Un letrero que dice en letras mayúsculas: se vende. Llamad a X asesor inmobiliario. La hostelería no es el virus, la responsabilidad es de todos. Cerrado. Se traspasa. Persianas bajadas. Escaparates vacíos. De una punta de Donostia a otra, sin distinción entre barrios ricos y populares, el coronavirus se está cebando con el comercio local y la hostelería, que ven cómo sus negocios se tambalean o directamente desaparecen.
2020 está siendo un martirio. Al yugo de los altos alquileres, a estos profesionales, en su mayoría autónomos, se les han sumado el confinamiento y las posteriores restricciones de aforo, el miedo al virus, el recelo a juntarse en espacios cerrados, el “quédate en casa”, la escasez de turistas y, como guinda, el cierre de todo el sector hostelero.
La lista de agravios es larga. El drama lo conocen de cerca en Euskadi Etorbidea, en Trintxerpe, donde dos negocios parecen sostenerse como fortalezas medievales: el de las casas de apuestas, una en cada lado de la calle, y las grandes superficies, el BM pasada la rotonda del Ancla y un Eroski City que abrirá el próximo 12 de noviembre. El edificio, enorme, parece salido de la nada. ¿Qué es lo que había en su lugar? “Un muro de piedra y hierba en la parte trasera”, responde una vecina del barrio.
Entre un extremo y otro languidecen el local de la antigua sede de Podemos, la tintorería Emily, un bar llamado Adex… Todos cerrados. La decadencia general contrasta con el mensaje positivo, casi new age, en la cristalera del Eroski: “Desberdintasuna bizi! ¡Vive la diferencia!”
No se libran de la crisis, que viene amagando bastante antes de la irrupción de la pandemia, zonas en teoría pujantes como Gros, donde la embestida está siendo notable.
En la calle Gloria, por ejemplo, han caído como fichas de dominó casi todos los negocios, empezando por la añorada tienda de ropa marina Branka. Un poco más arriba abrió hace unos meses la librería Tobacco Days y la pastelería Meyvi de Gran Vía -que se acomodó en un local mucho mayor en la avenida Miracruz-, es ahora una frutería especializada en naranjas. Son la otra cara de la moneda, que también existe.
“Ahora todo el año es invierno”, simboliza Luca, de la peluquería del mismo nombre en la calle Iparraguirre. Sin el goteo de turistas se tiene que conformar con los clientes habituales que, con un poco de suerte, también compran la ropa vintage que se ofrece en su espacio, un local de apenas 25 metros cuadrados. “Muchos autónomos y comerciantes no pueden ahorrar y están sufriendo mucho. Antes llenaban la hucha en verano y el resto del año iban tirando. Ahora ni eso. Me conformo con sobrevivir”, resume Luca.
En la calle 31 de agosto no queda ya ni rastro, ni siquiera una pegatina a modo de recuerdo, de lo que fue A Fuego Negro. El domingo fue el último día del bar que combinaba la estética Blaxpoitation con pintxos de fantasía. El local de al lado, la esquina gourmet del Atari, también está vacío. “Se alquila, se vende. Asesores inmobiliarios Guk”, reza un cartel doble que cubre la cristalera. En la meca del turismo de pintxos solo se oye una taladradora que perfora el interior del bar Sirimiri.
“A la Parte Vieja la hostelería le da vida y al estar los bares cerrados viene muy poquita gente. Nos deja hechos polvo”, cuenta por su parte Pepa Martínez de la histórica sombrerería Leclercq, que en los últimos tiempos abrió una segunda sede en la calle Fermín Calbetón. “Al turista ya le damos por perdido, pero a lo que a nosotros nos salva es la especialización”, añade acompañada de su pareja José Mari, que pertenece a la cuarta generación de sombrereros Leclercq, en la esquina de la calle Narrika con Iñigo en su emplazamiento original desde 1932.
Estos días también ha sido noticia la alpargatería Estrada, en la calle Puerto. 80 años después, este minúsculo espacio de alpargatas y abarcas artesanas, dice adiós. Liquidación total por cese, se puede leer en color fosforito. A Mentxu Bereziartua, la única empleada de este negocio familiar, la pena le atraviesa el alma. “Nunca he visto esta calle tan vacía”, dice.
“Si cierra la hostelería la gente no quiere comprar ropa ni complementos. Esto es un a ver qué pasa todos los días”, explica por su parte Ane Oliveira (@nollevotacones en su cuenta de Instagram) en la tienda Canesú de Reyes Católicos. ¿No has pensado en arrojar la toalla de una vez por todas y dedicarte a otra cosa? “No. Tengo toda la ilusión del mundo. Aunque va a ser complicado, esto no va a poder con nosotras”.
Deja un comentario