Áncora ha denunciado la “destrucción” de otro caserío histórico de Donostia y ha cargado contra el Ayuntamiento, al que acusa de exhibir su “menosprecio hacia la arquitectura vernácula”. El inmueble, conocido como el caserío Matxiñene de Loiola, databa del siglo XVIII y era “uno de los últimos supervivientes de la arquitectura tradicional en el barrio”, según subraya esta asociación para la conservación del patrimonio.
También daba nombre a una calle próxima y Áncora recuerda que “la Diputación Foral reclamó su protección” y que “el Gobierno Vasco destacó su valor cultural al tramitarse la evaluación ambiental del Plan Especial para el nuevo ámbito urbano”.
Sin embargo, la asociación lamenta que finalmente este caserío de ribera ha sido derribado gracias a la nueva ordenación de la ciudad-jardín de Loiola, “donde se prevé la próxima construcción de 260 viviendas y una zona de equipamiento público, que ocupará el lugar del histórico edificio”.
Durante la reciente Revisión del Plan Especial de Protección del Patrimonio Urbanístico y Construido (PEPPUC), Áncora pidió la catalogación de 70 caseríos donostiarras, apoyada en fichas individuales. También propuso la introducción de un criterio cronológico destinado a poner en valor los escasos edificios anteriores a 1813 que quedan en la ciudad. “Ambas propuestas fueron desestimadas, siguiéndose pérdidas tan sensibles como las del caserío Txanponenea y la casa solar de Erbetegi”, cuestiona.
“El menosprecio hacia la arquitectura vernácula es notorio en San Sebastián. Se consiente la agonía de Astiñene, caserío protegido del siglo XVII, cuyas ruinas junto al túnel de la variante dan una penosa imagen de nuestra ciudad. O el deterioro de Patxillardegi, Monumento de Euskadi, que yace tapiado, desde hace años, frente a los Cuarteles de Loiola”, insiste la asociación.
Además, advierte que “los nuevos desarrollos urbanos en la vega del Urumea han supuesto la desaparición de casi todos los referentes históricos que prestaban soporte a la identidad euskaldun de Donostia y son percibidos como estorbos por el gobierno municipal”.
La historia del inmueble
Matxiñene era un caserío barroco construido en el borde fluvial del Urumea, aunque se desconoce quién fue el Matxin que dio nombre a la casa. Su construcción remonta a principios del siglo XVIII y aparece recogido en un mapa de 1782, que se conserva en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid.
En torno a 1860, coincidiendo con el trazado del ferrocarril, se construyó una presa, colocándose una puerta-langa para impedir que las mareas inundasen las huertas de Matxiñene. Hacia 1885 fue representado por Rogelio Gordón, en una acuarela que conserva el Museo de San Telmo. A mediados del siglo XX el caserío estaba habilitado como bar-merendero, disponía de un frontón inmediato y un amplio embarcadero en el que llegaron a botarse traineras, existiendo probablemente algún astillero en los alrededores.
“Aunque su estado de conservación era regular, permanecía habitado y su pervivencia resultaba interesante dada la ubicación central que ocupaba en el barrio, lindante con la Casa de Cultura y con un paseo fluvial muy concurrido. Poseía un interés histórico-arquitectónico cierto, correspondiéndole el valor simbólico asociado a la imagen y la memoria colectiva del caserío vasco”, defienden desde Áncora.
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