En opinión de la asociación Áncora «con el derribo del inmueble Lopetedi-Berri sito en la calle Sierra de Aralar 3 desaparece una singular página de la historia donostiarra. La memoria de un lugar que permaneció durante décadas vinculado al oficio de los gabarreros y sirvió como punto principal para el depósito de las arenas, que se iban extrayendo del río Urumea». La casa no estaba protegida.
La entidad destaca que solo en el último año la ciudad ha perdido el caserío Matxiñenea (siglo XVIII), el puente de piedra de Astiñene, que era el más antiguo de la ciudad (1859), y esta casa del siglo XX. «Un patrimonio construido diverso y de indudable valor para el barrio, arrasado para posibilitar el crecimiento urbano».
De Florencio Mocoroa
Situado junto a la carretera que conecta San Sebastián con el barrio de Loiola, cerca del puente de Astiñene, la construcción de este conjunto residencial y fabril se inició en el año 1941, sobre los pertenecidos de la hermosa y antigua casa de campo de Lopetedi, que había quedado destruida durante la guerra civil.
Florencio Mocoroa fue el arquitecto encargado de materializar el proyecto. Titulado en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1929, Mocoroa está considerado uno de los principales representantes del racionalismo en Gipuzkoa. Integró la Junta Directiva del COAVN y llegó a ser nombrado Arquitecto Provincial durante la guerra civil. Es autor de la parroquia del barrio de Loyola, la Casa de los Solteros en Gros y de grandes iconos del patrimonio industrial, como el edificio de Manufacturas Olaran en Beasain.
Los areneros organizaban su jornada guiándose por las mareas. Embarcaban en Loiola para dirigirse hacia la desembocadura impulsados por la pértiga o agalla. Fondeaban entre los puentes de María Cristina y del Kursaal, donde cada uno recogía unas 14 o 15 toneladas aprovechando la bajamar, y luego esperaban la llegada de la marea alta para el retorno. El derribo del Chofre a principios de los 70 generó un descomunal excedente de arena que acabó con este oficio tradicional.
El silo-tolva y la casa de Lopetedi-Berri figuran en la monografía sobre Mocoroa que publicó el Colegio de Arquitectos, «pero lamentablemente no estaban protegidos». «Con la destrucción del silo en 2008 y de la casa ahora desaparecen los vestigios materiales de un modo de vida íntimamente vinculado al entorno fluvial. Un pasado todavía reciente cuyas huellas son sistemáticamente eliminadas, con la consiguiente pérdida de identidad», denuncia Áncora.
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