Todo el mundo tiene un lugar en el que una vez fue infinitamente feliz, el sitio que añora cuando todo va mal y el mundo parece desmoronarse. Para Burt Berendsen (grandioso Christian Bale), Valerie Voze (Margot Robbie) y Harold Woodman (John David Washington) éste es, sin duda, ‘Ámsterdam’ en la última película de David O. Russell (‘El lado bueno de las cosas’, ‘La gran estafa americana’). Aunque como explica el propio Berendsen en el filme, “uno no llega hasta aquí sin que las cosas empezaran hace mucho tiempo”. Esta historia, entre la farsa satírica y el retrato histórico, en realidad comienza en los mortíferos bosques de Argonne, en una de las guerras más cruentas hasta la fecha: la Primera Guerra Mundial (1914-1919). Allí se forja la amistad de Burt y Harold a la que pronto se unirá la enfermera/artista Valerie. Juntos, al más puro estilo ‘Jules et Jim’ de François Truffaut (en este filme ninguna referencia es gratuita o casual), iniciarán una amistad inquebrantable con los locos y creativos años 20 de fondo y firmarán un pacto de ayuda mutua que será invocado algo más de una década después, cuando Burt y Harold, sean acusados falsamente de asesinato y sus vidas ya no sean tan felices como en los tiempos de armisticio.
Quien avisa no es traidor: ‘Ámsterdam’ no es una película fácil. Es uno de esos filmes que o se aman o se odian. Primero, por el tono, porque no es una comedia, no es un drama, ni tampoco una de esas películas de detectives aficionados que tanto éxito tuvieron en los años 30 en los que está ambientada la mayor parte de la película. Aunque parezca sorprendente, es más bien un filme histórico, aunque no en el sentido estricto del término. El ‘business plot’, la conspiración de un grupo de acaudalados empresarios para derrocar al presidente demócrata estadounidense Franklin D. Roosevelt en 1933 utilizando de ‘ariete’ a los miles de descontentos soldados veteranos de la Gran Guerra, que en ‘Amsterdam’ actúa como el hilo conductor de la trama, fue verdad, aunque en su relato se entremezclan muchos elementos de ficción y personajes creados por Russell como el médico drogadicto (Bale), el luchador abogado afroamericano (Washington) o la libre, misteriosa y creativa Valerie. Pero un espectador avispado se dará cuenta de que, en realidad, ‘Ámsterdam’ narra cuestiones mucho más cercanas a nuestro tiempo: del Black lives matter a incluso el asalto al Capitolio alentado por el expresidente Donald Trump y el resurgir del fascismo en el mundo.
No es una película fácil también por un estilo en el que predomina el plano subjetivo. Los personajes hablan directamente a cámara y cuentan su historia creando una suerte de multiperspectivismo dentro de una sintáxis fílmica en la que predomina el (falso) plano secuencia. Así, el espectador que se deje seducir por esta película tan extraña como bella, se sentirá uno más de un reparto espectacular y plagado de ‘estrellas’ como en los buenos tiempos del Hollywood dorado: de Anya Taylor-Joy, a Mike Myers y Michael Shannon (simpatiquísimos como aficionados a la ornitología), pasando por Rami Malek (más afinado aquí como malvado con clase que en ‘Sin tiempo para morir’), la sorpresa de Taylor Swift o el propio Robert De Niro, que se ha convertido en habitual (casi indispensable) en el cine de David O. Russell. En este carismático elenco actoral tan coral, a la manera de los filmes de otro interesante cineasta, Wes Anderson (‘Viaje a Darjeeling’, ‘Hotel Gran Budapest’), Christian Bale tiene el papel más complicado, el que precisamente le da a esta producción ese aire de opereta, de comicidad dentro de la propia tragedia. El actor galés sale airoso del reto y lo resuelve con evidente talento moviéndose entre el histrionismo (incluso en su postura corporal) y la sutileza (la escena en la que escucha música con Zoe Saldaña es maravillosa). Hay en su interpretación un fino equilibrio entre la exageración y un íntimo sufrimiento no sólo por las heridas de la guerra. Si Bale representa esa generación herida por las decepciones de la vida, John David Washington cataliza el romanticismo del sentimiento de orfandad de aquella generación perdida, de esos gran Gatsby que sueñan con lo único que nunca pondrán tener (o tal vez sí). Robbie es en este particular trío que tan bien define al propio ser humano lo mejor de éste, la libertad, la creatividad, interpretado con un encanto admirable.
Los que piensen que las películas de David O. Russell, que aquí también firma el guión, son amaneradas y un tanto excesivas, tal vez no aguanten ni los primeros 45 apasionantes minutos de metraje. Porque, lo sentimos, ‘Ámsterdam’ es David O. Russell en estado puro. En este filme continúa intacta esa forma de contar una historia de forma diferente y un tanto histriónica, aunque en el fondo hable de cosas tan folletinescas como el (buen) amor (capaz de parar el tiempo).
Quizá una de los aspectos que hacen tan fascinante ‘Ámsterdam’ es esa vitalidad (la cámara revoloteando en torno a los personajes), ese nervio con el que la cámara habla. Aunque ayuda muchísimo a crear esa atmósfera, entre la irrealidad del cuento con moraleja y la realidad, una impresionante dirección de fotografía firmada por el gran Emmanuel Lubezki (tres premios Óscar por ‘Gravity’, ‘Birdman’ y ‘El renacido’) y, sobre todo, por una hermosa y evocadora banda sonora de Daniel Pemberton.
Pero, ¿volverán los tres amigos a ese lugar en el que fueron felices? Como bien señala Harold: “La historia siempre vuelve a repetirse”, para bien y para mal. Mientras tanto, siempre les quedará Ámsterdam.
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