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El libro

’99 ventanas’: el irunés Aitor Espie experimenta con un muro, una ventana y un personaje

"Hay una escena muy trivial en 'Epílogo', un diálogo entre los tres protagonistas -Charo López, Paco Rabal y José Sacristán- que pasean por una ciudad y miran las ventanas iluminadas de las casas. Ahí se me encendió la luz"

El ilustrador irunés Aitor Espie. Foto: Santiago Farizano

(EFE). De la misma manera que Raymond Queneau planteó 99 maneras distintas de contar la pérdida del botón del abrigo de un pasajero en un autobús, el guipuzcoano Aitor Espie se impuso realizar 99 ilustraciones con sólo tres elementos: un muro de ladrillo, una ventana y un personaje que interactúa con el entorno.

El resultado ha quedado recogido en un libro de humor gráfico, «99 ventanas», que ha editado Pepitas de Calabaza y que su autor ha presentado este miércoles en San Sebastián y en Irun, su ciudad natal, donde este pasado viernes se inauguró en el centro cultural Amaia una exposición de las planchas originales con las que realizó las estampaciones que se podrá visitar hasta el 28 de mayo.

Aunque Espie ha jugado con la analogía de los «Ejercicios de estilo» que el escritor francés publicó en 1947, la génesis de esta publicación se sitúa en 2009, cuando este ilustrador volvió a ver la película «Epílogo», de Gonzalo Suárez.

«Hay una escena muy trivial, un diálogo entre los tres protagonistas -Charo López, Paco Rabal y José Sacristán- que pasean por una ciudad y miran las ventanas iluminadas de las casas. Ahí se me encendió la luz y empecé a hacer los primeros bocetos«, explica el autor a EFE.

De ese primer empujón creó 34 dibujos que quedaron «en el cajón» hasta 2019, cuando recuperó el proyecto y «tanteó» la posibilidad de su publicación en media docena de editoriales. Todas elogiaron su trabajo pero no pudo ser. Entre ellas estaba Pepitas de Calabaza, cuyos responsables le aseguraron que «en ese momento no se podían comprometer».

«Lo volví a dejar aparcado y lo retomé al año siguiente. Pensé que igual hacía falta darle un par de vueltas más. Decidí acabarlo y presentar a las editoriales la obra final. Hice las 99 ilustraciones y después otra ronda de editoriales», relata.

A la que se lo mandó fue a Pepitas de Calabaza, la reconocida firma logroñesa que este año celebra su 25 aniversario, y que le dio «un sí rotundo».

Espie coloca a su personaje en 99 situaciones diferentes frente al muro de ladrillo, en unos dibujos sin texto en los que la ventana es la que «abre las múltiples posibilidades de la escena». Una ventana tras la cual se puede encontrar a un camarero sirviendo una caña o un pastel de cerezas que reposa sobre el alféizar, o la pieza de un puzzle que la cubre y modifica su forma.

Para este autor, que ha trabajado como ilustrador de obras ajenas, este es su primer libro. «Tengo otros proyectos propios que están ahí esperando el momento», señala Espie, que aclara que esos bosquejos que guarda sí tienen texto, «con un hilo narrativo de principio a fin».

Dice que «99 ventanas» es un proyecto «jugoso», «muy atractivo a nivel visual y gráfico», pero también «un poco raro», pues «no se parece ni trata los temas que se abordan ahora en el cómic y la novela gráfica».

«Me lo planteé como un ejercicio experimental, como un catálogo de recursos narrativos gráficos, quería probar con estos elementos tan limitados. Los dibujos tienen un punto de ambigüedad, el lector tiene que dejarse llevar por lo que ve y, aunque no lo entienda, sí le puede hacer gracia, aunque haya cierta paradoja e incongruencia», indica.

«Este proyecto -añade- no aborda ningún tema en concreto, sino que se mueve en el absurdo, es silente y es humor gráfico«. «Tiene muchos elementos que no lo hacían muy fácil de encajar en las editoriales especializadas y, al principio, no las tenía todas conmigo», añade.

Espie, nacido en 1972, se define como «padre, autor, ilustrador y docente a partes desiguales». Se licenció en Bellas Artes y dedicó sus primeros años a la pintura y el arte contemporáneo y, aunque destacó en diversos concursos, fue becado por la Diputación de Gipuzkoa y participó en exposiciones, su esfuerzo no obtuvo la respuesta que esperaba.

Una confluencia de factores le llevó finalmente a abandonar un mundo cuya «deriva» «no llegaba a entender o no compartía».

El pasado año abrió un pequeño taller en Irun, en el que imparte clases de dibujo y experimentación gráfica tanto para chavales como para adultos. «Busco sorprenderles y que se sorprendan, y hay respuesta. Me he dado cuenta de que el juego nos gusta a todos», comenta. 


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